OPINIÓN
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prima:La lengua vernácula de Jesús fue el arameo

Jesús y sus apóstoles pensarían el mundo desde la ambigüedad propia de una lengua semítica. Cada idioma implica una cosmovisión única, una manera de estar plantado en el mundo, escribe Luce López Baralt

20 de noviembre de 2022 - 1:00 AM

Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del autor y no reflejan las opiniones y creencias de El Nuevo Día o sus afiliados.
Luce LÛpez Baralt, profesora distinguida de la Universidad de Puerto Rico (Archivo)

Jesús, como casi todos los judíos galileos del siglo I, hablaba arameo, una lengua semítica afín al hebreo y al árabe. En esta lengua fue que ofreció su alta enseñanza de amor y perdón incondicionales, con la que fundó la religión cristiana y modificó para siempre el curso de la historia de las ideas en Occidente. Geza Vermes, profesor de Oxford y experto en los códices del Mar Muerto, reflexiona sobre un hecho que siempre me ha asombrado: no ha sobrevivido ningún documento que preserve las enseñanzas de Jesús en su arameo vernáculo. Como se sabe, los textos fundacionales del cristianismo están redactados íntegramente en griego porque fue la comunidad gentil (es decir, no judía) la que principalmente acogió el mensaje salvífico del Maestro. Como toda traducción, la versión griega de los evangelios constituye una transposición lingüística de las vivencias de Jesús y sus apóstoles, que pensaban la vida desde su arameo nativo. Esta refundición de experiencias vividas en una lengua semítica –el arameo— al griego, una lengua derivada del indoeuropeo, implica necesariamente una adaptación de las enseñanzas del Salvador a una esfera cultural y religiosa que le sería muy ajena: la del mundo pagano grecolatino. Por más, el corpus evangélico se redacta uno o dos siglos después de muerto Jesús. El Nuevo Testamento no es pues de la autoría de los testigos directos de su vida, sino la recopilación de diversas escuelas que se agrupaban en torno a los primeros discípulos del Maestro. Evangelistas como Mateo, Marcos y Lucas pertenecen pues a la llamada “era apostólica”.

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