Precisamente con nuestras cadencias fue que Rubén Darío enamoró para siempre a su abnegada musa, aquella que supo acompañarlo a la ‘fuente de noche y olvido’, escribe Luce López Baralt
Precisamente con nuestras cadencias fue que Rubén Darío enamoró para siempre a su abnegada musa, aquella que supo acompañarlo a la ‘fuente de noche y olvido’, escribe Luce López Baralt
En 1967 España celebró por todo lo alto el centenario del nacimiento del Príncipe de las Letras españolas, Rubén Darío. Como mi hermana Merce y yo asistimos al seminario sobre el poeta del profesor Antonio Oliver Belmás en la Universidad de Madrid, fuimos invitadas al Teatro Real para la noche del gran homenaje. España enaltecía al inmenso artista por su renovación poética de las letras hispánicas, ya legendaria. Recuerdo vívidamente la entrada de Francisco Franco al vestíbulo del teatro, extendiendo la mano para saludar al público. Admito que mi hermana y yo sustrajimos nuestras manos para evitar el saludo del dictador...
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