Yarimar Bonilla
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Sin miedo a soñar

El mes pasado en este espacio me dediqué a explorar las fantasías del colapso. En aquel entonces no me podía imaginar las transformaciones políticas que se aproximaban. Aunque ya se comenzaba a forjar la idea colectiva de que el gobernador Ricardo Rosselló Nevares debía salir del poder y que los ciudadanos debían ser los agentes de su destitución, mi pesimismo no me dejaba darle rienda suelta a la imaginación y diagnostiqué lo que veía como una fantasía.

Ahora me doy cuenta de que lo que percibía era parte de lo que el crítico cultural Raymond Williams describió cómo “estructuras de sentimiento”. Para Williams esto representaba algo así como un estado de ánimo colectivo, ese “feeling” que no se puede encapsular completamente en una ideología, pero que se discierne en la estética, la música, las artes visuales, la literatura, y (en la era digital) los memes y hashtags. Según Williams, estas formas de expresión vislumbran los anhelos emergentes del momento, aun cuando estos no se han concretizado en una agenda política.

La Real Academia Española define una revolución como “un cambio rápido y profundo en cualquier cosa”. Creo que ya queda claro que Puerto Rico experimentó una revolución, no solo en términos de la figura del gobernador, sino también, y de forma mucho más profunda, en términos del sentimiento colectivo.

Desde antes de María ya se hablaba de la importancia de “reinventarnos” frente a la crisis y de impulsar la autogestión. Ese proceso se aceleró con el huracán. En los primeros días, cuando literalmente no había estructuras de gobierno ni sistemas de telecomunicación, las comunidades se dieron a la tarea de organizar sus cuadras y barrios. Desarrollaron sus propias brigadas de rescate, comedores de barrio y centros de acopio informales. Estas experiencias dieron paso a nuevos imaginarios. Como me explicó una señora que conocí durante las protestas recientes: “María nos mostró que podíamos vivir sin este gobierno”.

Algunos piensan que la revolución de verano ya llegó a su fin, simplemente porque la Calle Fortaleza ya no huele a gases lacrimógenos. (Estos son los mismos que pensaban que era imposible sacar al gobernador sin un proceso formal de residenciamiento). Pero hay que recordar que por definición las revoluciones no son líneas rectas, sino ciclos y oscilaciones. Ahora la consigna que resuena no se dirige al centro del poder gubernamental, como fue el caso de “¡Ricky renuncia!”, sino hacia el poder ciudadano y el sentimiento colectivo: “Somos más y no tenemos miedo”.

En las últimas semanas los manifestantes se han movido de la calle Fortaleza a las plazas públicas. Los residentes de Ponce, Mayagüez, Utuado, Carolina, Gurabo, Luquillo, Lares, Bayamón, Jayuya, Cayey, Juana Díaz, Isabela, Toa Baja, Rincón y San Juan, entre otros, han utilizado las redes sociales y sus propios chats para convocar a nuevos espacios de discusión y diálogo que han tomado la forma de asambleas de pueblo.

Cada asamblea tiene su particularidad y está anclada en las preocupaciones específicas de la localidad. En la Asamblea de Carolina se habló de desplazamientos; en Bayamón, de estructuras abandonadas; en el Viejo San Juan, de la presencia abrumadora de los AirBnB. Sin embargo, hay ciertas preocupaciones claves que se repiten: la deuda, la Junta de Supervisión Fiscal, los recortes, la corrupción, el manejo de los espacios y bienes públicos, las relaciones con la diáspora, el discrimen racial y la violencia de género.

Las cuatro asambleas que he observado han provisto espacio inicial para la expresión individual, pero luego se han movido hacia la búsqueda de consenso de grupo, el establecimiento de un orden de prioridades, y la creación de metas concretas para no solo trazar sueños sino también crear nuevos mecanismos de gobernanza. Se habló de elecciones especiales, reformas constitucionales y mecanismos para investigar la corrupción tanto a nivel nacional como municipal.

Estas asambleas no son simples eventos; son la formación de nuevos colectivos y “estructuras de sentimiento”. En cada una se habla de la existencia de las otras asambleas y de que un día se reunirán delegados de cada una para desarrollar algún tipo de plataforma pública conjunta.

En Puerto Rico se ha hablado por años de crear una asamblea constituyente. Los partidos y grupos políticos establecidos han ofrecido sus ideas al respecto, pero en este momento pocos piensan que los partidos tradicionales son capaces de resolver los problemas del país. Conviene que los interesados en la gestión pública pongan oído en tierra y aprendan algo de estas nuevas estructuras de sentimiento y mecanismos políticos en proceso de formación. Es importante además tomar en cuenta que también se han creado múltiples asambleas en la diáspora.

Para muchos estos procesos emergentes podrían parecer puras fantasías de democracia. (Ciertamente cabe preguntar si puede existir tal cosa como una colonia democrática). Aun para los que hemos dicho presente lo que vivimos parece ser una ilusión. Por ejemplo, un muchacho en la asamblea de Caguas me dijo, “yo jamás hubiese pensado que esto funcionaría”. Pero entonces se encogió de hombros, y recordó que hasta hace apenas unas semanas tampoco pensaba que se pudiera sacar a Ricky.

Hay quienes dicen que en la revolución de verano los puertorriqueños le perdieron el miedo a la confrontación, la represión, los gases y las macanas. Parece ser que también le perdieron el miedo a soñar.



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