Contrario a la imagen que se esgrime a menudo, el bipartidismo no nos ha infantilizado, sino que nos han envejecido. La colonia y sus beneficiados nos han despojado de la vitalidad y la lozanía, escribe Eduardo Lalo
Contrario a la imagen que se esgrime a menudo, el bipartidismo no nos ha infantilizado, sino que nos han envejecido. La colonia y sus beneficiados nos han despojado de la vitalidad y la lozanía, escribe Eduardo Lalo
Hay hombres y mujeres que nacen viejos. Desde chicos y a lo largo de sus vidas permanecen iguales a sus padres y abuelos. Tienen canas lo mismo a los cinco que a los 50 años. La utilidad del tiempo vivido y el entendimiento que le viene asociado no parecen pasar por sus cuerpos. En Puerto Rico hay muchísimas personas deformadas por esta horma. Son repetidores de errores, viajeros en el tiempo que transportan de generación en generación embustes, intimidaciones y estupideces. Entre esta hueste, algunos llevan a cuestas sus apellidos como Sísifos complacidos y jubilosos, inconscientes de la tara que heredan de sus ancestros. No hay nada más caricaturesco que “un hijo de” o “un nieto de” en la política del bipartidismo puertorriqueño. Aparentemente, no abundan los vástagos con criterio propio y alguna cuota de rebeldía, dispuestos a renunciar a una herencia de privilegios y puertas abiertas. Las tribus del bipartidismo son aristocráticas y lo que les importa es mantener vivas las sucesiones: la del poder, la del error, la del engaño.
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