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El hombre le asesta al lechón asado un machetazo feroz. De la carne hendida asciende un vaho que levanta muertos. Glándulas salivales despiertan. La fila es larga, pero no hay impaciencia. Cada cual se consuela en la conversación y en la salsa vieja haciendo vibrar las bocinas, contaminada a veces por algún “exponente” del “voceteo” que pasa raudo por la calle.
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