

Ese teléfono no debió sonar nunca. Y el escritor que discó el número -porque en ese tiempo se discaban- no debió jamás colocar el dedo en esa ruleta de números; por algo la mayoría de los teléfonos en aquel tiempo eran negros; por algo discar números en esos aparatos era tan parecido a colocar balas en un revólver. Me explico: ningún escritor debería tomar nunca el teléfono para disculparse por un personaje de ficción, por más que se parezca a personaje real alguno. Pero el teléfono sonó esa noche. Así lo cuenta la exgobernadora Sila María Calderón en sus recientes memorias. Dice que casi cuelga aquella llamada porque el escritor Emilio Díaz Valcárcel tardó en identificarse y, cuando al fin lo hizo, la descargó contra él por haberse burlado de su boda o de la hombría de su marido en la novela Figuraciones en el mes de marzo.
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