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Desde que supe que la perfumista Azzi Glasser creó la fragancia Old Books, que huele supuestamente a libros viejos, ando preguntándome lo mismo. Pero justo cuando creía que tenía una idea general de cómo podían oler los fondos federales (a gabán de legislador, a cobre y a foam frotado por un niño para simular nieve) me entero de que la británica Azzi Glasser no es la única que ha diseñado fragancias con olor a libros. De hecho, la perfumista estadounidense Jude Stewart, en su libro Revelation in Air, ha dicho algo revelador: tan pronto se fabrica un libro sus páginas empiezan a descomponerse, y ese proceso químico se puede oler a cierta distancia. ¿Pasará lo mismo con los fondos federales? ¿Se podrán oler allí entre los asientos de cuero de los senadores, en el plástico de sus celulares o se confundirán con el sudor sobacal de las sesiones legislativas?
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