Analfabetismo y subyugación en Puerto Rico
¡Qué lástima! Las personas que deberían leer esta columna no pueden hacerlo. Otras puede que no la entiendan. Las primeras son analfabetas; las segundas, analfabetas funcionales que pueden leer las palabras, pero no las entienden ni pueden explicarlas a otra persona porque no acostumbran leer, y apenas escriben en su cotidianidad.
Es escandalosa la noticia de que ha ido aumentando la tasa de analfabetismo en nuestro país, y que el gobierno no tiene estadísticas de ese hecho vergonzoso porque —¡qué sorpresa!— era el gobierno federal el que se encargaba de recopilar esa información, y este dejó de hacerlo hace más de veinte años. Es otra muestra de dependencia, colonialidad, ignorancia sobre la importancia de ese dato “estadístico” e incompetencia gubernamental.
Las personas y los pueblos tienen un derecho humano a la educación. La constitución de los Estados Unidos no lo reconoce, pero sí la Declaración Universal de Derechos Humanos y diversos tratados internacionales, así como la constitución de Puerto Rico. Las razones son múltiples. La educación es un instrumento fundamental para el desarrollo individual de la persona y el progreso colectivo de los pueblos. Las personas necesitan la educación como instrumento de capacitación para ganarse la vida en el mundo laboral, para disfrutar y aportar a la vida social y cultural, y para participar significativamente en la cosa pública mediante el ejercicio de otros derechos fundamentales como la expresión, la asociación y el voto. En términos colectivos, los pueblos tienen el derecho a la libre determinación; para eso deben educarse para participar inteligentemente en la cosa pública y promover el desarrollo sostenible del país.
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El analfabetismo representa la ausencia de lo más elemental de los conocimientos y destrezas requeridas para una educación significativa. Resulta en ignorancia e incapacidad. Tiene efectos psicológicos de vergüenza e inferioridad. Constituye un obstáculo a la movilidad social. Promueve la dependencia y la aceptación ciega de engaños y promesas. Facilita la sumisión a la autoridad y la corrupción de la conciencia.
Nada de esto es nuevo. Desde el 1900 el departamento de “instrucción pública” (como se llamaba antes) era instrumento de indoctrinación de nuestra juventud. Durante cincuenta años el idioma oficial de enseñanza era el inglés, aunque ni las maestras ni los maestros dominaban dicha lengua. Los libros de historia y estudios sociales solo resaltaban las figuras míticas de la historia estadounidense, postulaban que nuestro país era pequeño, pobre y sin recursos ni posibilidades económicas, y que los americanos habían llegado para ayudarnos y brindarnos las bendiciones de la libertad. Luego promovió una especie de “nacionalismo cultural”, pero rechazaba la nacionalidad propia mediante la exaltación del “pilar de la ciudadanía común”.
Le cambiaron el nombre a Departamento de Educación, que se ha convertido en antro de corrupción política e ideológica. Más recientemente ha claudicado a desarrollar valores de libertad, igualdad y responsabilidad social, mediante la adopción de posiciones retrógradas para responder a grupos fundamentalistas que rechazan la inclusión y la igualdad mediante la imposición de ideologías reaccionarias a la juventud y a todo el pueblo. Ni hablar de las condiciones infraestructurales de las escuelas, la ausencia de recursos educativos, y las condiciones laborales de quienes decidieron dedicar sus vidas a la educación de la juventud.
Un pueblo analfabeto es más fácil de subyugar. No nos debe sorprender la noticia sobre el analfabetismo. Cuadra perfectamente con las políticas explícitas o encubiertas del pasado y el presente.
Nada cambia si hacemos lo mismo. Se le atribuye a Albert Einstein haber dicho que “[e]s una locura hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes. Si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”. Si quieres un nuevo país, no le creas ni apoyes a quienes lo han puesto como está. Abraza con esperanza un cambio de timonel que dirija este barco en la dirección de la educación liberadora y hacia el puerto del desarrollo sostenible.
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