Lo peor viene cuando se cuenten los votos y el triunfo de un correligionario sobre otro correligionario no sea fruto del mérito propio sino consecuencia del descrédito al contrincante, escribe Orlando Parga
Lo peor viene cuando se cuenten los votos y el triunfo de un correligionario sobre otro correligionario no sea fruto del mérito propio sino consecuencia del descrédito al contrincante, escribe Orlando Parga
Desde los relatos del Viejo Testamento de Caín y Abel la violencia entre hermanos queda plasmada como acto oprobioso deshumanizante. Las guerras civiles – la de Estados Unidos costó más de un millón de estadounidenses y la de España medio millón de españoles – dejaron resabios que todavía se arrastran en el Siglo XXI porque es sangre derramada entre hermanos. Lo mismo sucede en la política puertorriqueña cuando hay pugna de candidaturas y la campaña de primarias se transforma en sangriento campo de guerra civil. Trágicamente, esto anda ocurriendo en ambos partidos principales progresista y popular, con aspirantes a la gobernación a los que la pandemia impide el parrandeo político sin inhibirles del acuchillamiento fratricida.
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