José  Vilasuso Rivero
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Dos soldados muertos, uno ruso, otro ucraniano, pero Dios siempre escucha

Hace días un activista, partidario fervoroso de Vladimir V. Putin, me catapultaba un barrage cruzado de salpimentados alegatos a favor del gobernante ruso. Estuve a punto de citarle a Svletana Alexiévich, premio Nobel de Literatura 2018, quien califica a Vladimir Vladimiróvich como líder de pacotilla, pero me contuve. Eternamente será preferible y sabio aplacar incendios que azuzarlos con gasolina; preferí citarle algo pertinente, y le dije, “amigo, un soldado ruso y un soldado ucraniano son dos soldados muertos”. Dejé un paréntesis en blanco para hacerlo reflexionar, y luego añadiría el resto del titular de estos humildes apuntes.

El precio a pagar es demasiado alto. La guerra no vale la pena como solución de conflictos humanos. No hay ni existen tales vencedores ni vencidos: todos somos vencidos, escribe José Vilasuso Rivero.
El precio a pagar es demasiado alto. La guerra no vale la pena como solución de conflictos humanos. No hay ni existen tales vencedores ni vencidos: todos somos vencidos, escribe José Vilasuso Rivero. (SERGEY SHESTAK)

Estoy absolutamente seguro de que los momentos en que nos toca vivir no resisten el discurso incendiario con que dirigentes y cabezacalientes de actualidad nos embargan con victorias pírricas, reordenamiento de fronteras, tanques, aviones, misiles, drones conductores seguros a la recíproca rusa. Si contemplamos los muchos números reveladores de los actuales envíos de armamentos a Ucrania, debemos equipararlos a los que el gobernante ruso por seguro, y tal vez los clerigallos de Irán, o la familia propietaria privada de Corea del Norte, están presupuestando para escalar una enorme y desproporcionada carnicería a la que racionalmente hasta hoy no vemos limite.

Semejante cuadro mueve a reflexión. El precio a pagar es demasiado alto. La guerra no vale la pena como solución de conflictos humanos. No hay ni existen tales vencedores ni vencidos: todos somos vencidos. Todo conflicto armado se sabe cómo empieza, no cómo termina. Únicamente, unos pierden más que los otros y sus moribundos exhaustos levantan bandera blanca.

Pero ¡alto, he ahí nuestro grito de paz! Ni tirios ni troyanos, Roma o Cartago. Misiles y drones se encargan convincentemente de reconsiderar la guerra actual servida con instrumentos de destrucción masiva, ejemplos mínimos Hiroshima y Nagasaki. La muerte es la muerte, igual si se trata de un soldado ruso o ucraniano.

Es hora de escribir distinto, o renunciar de una vez al oficio. Mario Ramos Méndez recién citaba de Nicolás Maquiavelo la cita “Me parece que todos los tiempos vuelven y que nosotros somos siempre los mismos”. Termino la cita, y prosigue don Mario, “el ser humano es el mismo en todo tiempo y lugar”. Resulta escalofriante aceptar ideas tales, reafirmadas hoy en el holocausto ucraniano.

No obstante, cejar sería abrir paso al avance del cuadro actual ya sobremanera desgarrador. ¿Cuál será el deseado hasta aquí no más? No lo veo, ignorado por completo. Traspasa mis augurios y cálculos racionales. Me pierdo en las redes, escarbo en la biblioteca y por ninguna parte sale el sol. Solo Dios lo sabe, y entonces al Señor debemos, pues, acudir prestos todos los hombres y mujeres sin excepción. No importa, olviden cuántos se confiesen ateos; Dios, por el contrario, sí cree en ellos, y escucha sus oraciones. Recordemos que a Dios no lo podemos entender. Sin embargo, escucha. No lo duden, escucha.

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