Roberto Orro
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El controvertido legado de Gorbachov

Ha muerto Mijaíl Gorbachov, el último líder de la extinta Unión Soviética (URSS), a los 91 años. Culminan una larga vida y una histórica y controvertida carrera, que han recibido los mayores elogios desde todos los rincones del planeta, pero también fuertes críticas tanto en Rusia como en Ucrania, la tierra natal de su madre.

Sin ser una figura muy conocida internacionalmente, Gorbachov asumió la jefatura del Partido Comunista de la URSS en marzo de 1985. Inmediatamente comenzó a implementar un programa de reformas y apertura conocido internacionalmente como perestroika (reconstrucción en ruso). En honor a la verdad, la perestroika era un proceso que le urgía a una sociedad empantanada en una decadencia económica y una falta de libertades políticas que cada día se traducían en mayores problemas sociales.

Los rusos ven en la caótica perestroika de Gorbachov la génesis de la pérdida de territorios históricamente suyos y de la incapacidad de Rusia para frenar la expansión de la OTAN, escribe Roberto Orro.
Los rusos ven en la caótica perestroika de Gorbachov la génesis de la pérdida de territorios históricamente suyos y de la incapacidad de Rusia para frenar la expansión de la OTAN, escribe Roberto Orro. (Alexander Zemlianichenko)

Las reformas de Gorbachov tuvieron una disímil acogida dentro del bloque de países liderados por la URSS. Los “hermanos” más díscolos, como Polonia y Hungría, vieron en la perestroika una luz verde para completar su salida del bloque soviético. Los más radicales, como Cuba y la antigua República Democrática Alemana, adoptaron una postura diametralmente opuesta. No tardaron esos países en tomar medidas cautelares para evitar la llegada de las “nocivas” reformas y de la libertad de prensa, que a pasos agigantados avanzaba en la URSS. Cuba, por ejemplo, eliminó en el verano de 1989 la circulación de Sputnik y Novedades de Moscú, dos revistas totalmente abocadas a la crítica mordaz del sistema soviético.

La caída del muro de Berlín, en diciembre de 1989, convirtió a Gorbachov en un héroe de talla internacional. Se consideró a Gorbachov como el sepulturero del atrasado y antidemocrático bloque soviético; el artífice de la reunificación alemana y el líder capaz de entenderse con Estados Unidos para frenar la carrera armamentista. No hubo prácticamente un solo dirigente del mundo occidental que no tuviese palabras de elogio para Gorbachov.

En la URSS, sin embargo, los vientos no soplaban a favor de Gorbachov. Si bien el pueblo soviético disfrutaba de mayores libertades políticas, el estado de la economía se deterioraba progresivamente. Las reformas económicas introdujeron elementos del mercado que no encajaban dentro de un ecosistema económico altamente centralizado y con fuerte prelación a la industria pesada y al complejo militar-industrial. La atrofia económica provocó el cierre de empresas y un encarecimiento del nivel vida. El caos político y económico, inaceptables en la idiosincrasia rusa, se convirtieron en el sello distintivo de la URSS en la última década del pasado siglo.

El cerco político contra Gorbachov empezó a cerrarse. En 1990, el ala dura de los comunistas soviéticos le impuso a Gorbachov un vicepresidente, Gennady Yanayev, quien al siguiente año encabezó un fallido golpe de estado contra el líder soviético. La intentona golpista, a pesar de su fracaso, propició la salida de Gorbachov del poder. En diciembre de 1991, el líder ruso Boris Yeltsin, el ucraniano Leonid Kravchuk y el bielorruso Stanislav Shushkevich acordaron disolver la URSS sin consultar a Gorbachov, quien se oponía a la desintegración del país.

Para la gran mayoría del pueblo ruso, Gorbachov es responsable de la terrible situación por la que atravesó Rusia en la década de los noventa. Los rusos, tanto pueblo como dirigentes, lo reconocen como un hombre honesto y bienintencionado, pero ingenuo y falto del carácter que se necesita para regir los destinos de un país como Rusia. Los rusos ven en la caótica perestroika de Gorbachov la génesis de la pérdida de territorios históricamente suyos y de la incapacidad de Rusia para frenar la expansión de la OTAN hacia el este. Culpan a Gorbachov por la desastrosa transición de Rusia a la economía de mercado, matizada por una escandalosa corrupción e inéditos niveles de criminalidad. Como irrefutable prueba de la desaprobación que recibía del pueblo ruso, Gorbachov obtuvo menos del 1% de los votos en las elecciones presidenciales rusas de 1996.

Hijo de padre ruso y madre ucraniana (como millones de soviéticos), Gorbachov apoyó la anexión de Crimea por Rusia en 2014. No vaciló en declarar que la población de Crimea, mayormente rusa, tenía todo el derecho de reunificarse con Rusia. Esta acción de Gorbachov le granjeó críticas y repudio en Ucrania, donde tampoco olvidan el desastre nuclear de Chernóbil en 1986, a los inicios de su mandato. En 2016, el gobierno ucraniano le prohibió a Gorbachov su entrada a Ucrania por cinco años.

La estigmatización de la figura de Gorbachov en Ucrania invita a una profunda reflexión, a la luz de la actual tragedia que se vive en ese país. Cabe preguntarse dónde Estados Unidos y Europa van a encontrar un líder ruso, más comprensivo y tolerante que Gorbachov, dispuesto a aceptar el cauce político que ha tomado Ucrania en los últimos 20 años. Es una demostración de que el conflicto entre Rusia y Ucrania es extremadamente complejo y trasciende las ambiciones imperiales de Vladimir Putin.

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