Juan Antonio Ramos
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El “correctismo”

“El buen gusto es la muerte del arte”, dijo Truman Capote hace mucho tiempo. En nuestros días podemos decir que el “correctismo” es la muerte del arte. El “correctismo” es el resultado de los excesos provocados por algunas organizaciones y personas que enarbolan la bandera del “politically correct”. La ridiculez, el fanatismo y la intolerancia son sus atri­butos principales. Estos personajes singulares han reducido a la categoría de chiste o caricatura lo que hasta hace poco fue un referente simpático en la defensa de los dere­chos humanos.

El escritor ya no puede escribir como le plazca. Tiene que atenerse a las nuevas reglas impuestas por el “correctismo”. Una amiga que trabaja en una de las editoriales más poderosas de España, me envió una lista del tipo de libros que sus jefes están dis­puestos a publicar. Libros mercadeables, inofensivos y, por supuesto, “correctistas”. Lo importante es no levantar ronchas. No pisar callos. No incomodar a nadie.

En Puerto Rico es “correcto” hablar bien de Bad Bunny. Al recibir la bendi­ción del “establishment”, el reguetón se convierte en una pieza de museo, escribe Juan Antonio Ramos.
En Puerto Rico es “correcto” hablar bien de Bad Bunny. Al recibir la bendi­ción del “establishment”, el reguetón se convierte en una pieza de museo, escribe Juan Antonio Ramos. (Archivo)

Tenemos que alejar a los “correctistas” de la ficción, de todo tipo de expresión artística, porque carecen de imaginación. Son demasiado serios e intransigentes. Su fa­natismo les impide ejercer la autocrítica. Al principio, sus reclamos de­mos­traron ser justos y meritorios (igualdad y protección para la mujer, los homosexua­les, los afrodescen­dientes…), pero en el camino muchos militantes de estas cruzadas han ido perdiendo el rumbo. Sería lamentable que estos activistas confundidos terminen actuando como la gente que los maltrató, excluyó y persi­guió.

El cine también se ha visto afectado por esta pandemia. Tenemos que engullirnos películas y series cuyo asunto muchas veces es predecible. Sentimos que estamos viendo la misma película con algunas variaciones. Todo responde al hecho de que la trama de estas producciones debe cumplir con una cuota de inclusión “correctista”: les­bianas, homosexuales, parejas inter­racia­les, africa­nos, latinos, asiáticos, árabes, indios, rusos, musulmanes, terroristas, dis­capa­ci­tados, inmigrantes….

No me opongo a que la industria del cine implante una política de inclusión, porque así esta­blece un balance igualitario de oportunidades para representantes de distintos géneros y para representantes de distintas etnias. No obstante, nadie debe ser aclamado como un actor brillante o como un cineasta genial por el mero hecho de tener la piel blanca, negra, o amarilla, o por ser hombre, mujer o transgénero, o por tener una parti­cular pre­fe­rencia sexual, política o religiosa, o por pertenecer a tal o cual gremio “correc­tista”. El talento y las aptitudes demostradas en el campo de la actuación y de la direc­ción deben ser los criterios a tomarse en cuenta para aquilatar el desempeño de un actor o un ci­neasta.

Los “correctistas” en Puerto Rico debieran relajarse y confiar más en el valor y la pertinencia de la causa que defienden. Si el compromiso con esa causa es genuino, si la lucha que respaldan es honesta, todo caerá en su lugar. Por desgracia veo mucha pose, mucha contradicción y mucha hipo­cresía en buena parte de las personas que patrocinan esta moda.

Pienso que unos cuantos “correctistas” cogieron pon con la causa justa de exigir la liberación de Oscar López. Recuerdo el acto de la celda simbólica que ocupaban por turnos ciudadanos, figuras de la farándula, representantes culturales, líderes comunita­rios y políticos. ¿Cómo separar el grano de la paja? ¿Cuántos de los participantes fueron sinceros en lo que hacían, y cuántos estaban allí por puro protagonismo?

Lo mismo po­dríamos decir del gentío descomunal que se tiró a la calle para sacar a Ricky Rosselló de Fortaleza. ¿Cómo determinar quién protestaba porque estaba harto de los gobernan­tes ineptos y abusadores, y quién marchó por simple “correctismo”, porque eso es lo que está “in”?

Hoy en día los “correctistas” puertorriqueños vitorean el reguetón. Años atrás lo condenaban. El sonsonete “underground”, vulgar, irreverente, que glorifica la violencia y barre el piso con la mujer, hoy en día es bendecido por nuestra oficialidad cultural, y por mu­chos de nuestros intelec­tuales y académicos. En Puerto Rico es “correcto” hablar bien del reguetón. En Puerto Rico es “correcto” hablar bien de Bad Bunny. Al recibir la bendi­ción del “establishment”, el reguetón se convierte en una pieza de museo.

El “correctismo” es una postura falsa y tendenciosa que contribuye a agudizar el sectarismo que nos ha sumido en un limbo permanente. El “correctista” cumple la misma función que el comisario de barrio. Nos vigila para ver cuándo resbalamos. Luego anota en una libretita las veces que nos portamos mal para delatarnos.

Lo que el “correctista” parece ignorar es que, en cierto modo, portarse mal y violar normas tiene mucho que ver con la libre creación artística. “Los malos libros provocan malas costumbres y las malas costumbres provocan buenos libros”, dijo René Descartes.

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