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¡Déjate de embelecos!, sentenciaba mi madre cuando de adolescente yo venía con alguna historia, excusa o truco para irme de fiesta y luego a dormir en casa de algunos de mis nuevos amigos citadinos de escuela intermedia. Mami sigue teniendo, aún en su delicada situación de salud, esa sabiduría innata del jíbaro que le hace detectar un embelequero a distancia.
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