

Ni siquiera los reyes, autócratas o dictadores están exentos; ni los políticos adueñados del poder apalancados con dinero… por más seguros que se presuman cada vez que al pueblo le toca votar, sienten en su piel el “frío olímpico” de la incertidumbre. En política no hay nada escrito. Tómese el caso de Donald Trump. Al comenzar el año electoral anduvo pavoneándose reelecto porque la economía mejoró en su cuatrienio, hasta que la pandemia desnudó su patética incapacidad para gobernar. Ahora se arrastra al 3 de noviembre como marrullero del odio con la maquiavélica estrategia de divide y vencerás.
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