

Es un alivio saber que, en su lecho de muerte, casi ciego y mientras dictaba versos, el padre Ángel Darío Carrero no se olvidó de esa contradicción que nos ayuda a sobrevivir: el éxtasis y la ironía. Y es que llevo días usando -tal vez injustamente- un verso suyo para defenderme de la cursilería navideña: “la calma es la catástrofe”. ¿Con qué cara alcaldes y candidatos se trepan a una guagua a dar parrandas por el municipio o envían por correo fotos suyas sonrientes con sus familias dizque acompañando a un bebé de embuste, en un pesebre de embuste con paja de embuste? ¿No se enteraron de la mujer que mataron a machetazos o del niño de un año que fue violado por su padrastro? Tampoco quiero parecer un eslogan, -Dios me libre- pero el colmo del cinismo es que, al mismo tiempo en que el gobernador ahorraba para comprar el anillo a su prometida, el gobierno negociaba por lo bajo un rescate millonario a la carbonera AES. ¿No se supone que, en la lógica de la Navidad, los que se portaron mal reciban carbón en vez de millones del gobierno? Esperen pronto la tarjeta de Navidad de AES con un pesebre, en lo alto de la enorme montaña de cenizas, dando las gracias por los milloncitos.
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