El incierto camino de la democracia en América Latina
Hace tan solo unas pocas décadas en América Latina y el Caribe la realidad política general era muy diferente. El paisaje político de la región oscilaba, en general, entre dos extremos opuestos: las dictaduras militares o gobiernos autoritarios y represivos, esencialmente conservadores, mientras que en el otro polo predominaba la idea de que alcanzar el poder político solo era posible desde la lucha armada guerrillera. La democracia sencillamente era una excepción.
¿Cuándo y cómo comenzó esta realidad a cambiar? Algunas personas piensan que un momento decisivo en ese proceso de cambio paradigmático comenzó la larga noche del 25 de febrero de 1990, cuando ocurrió algo inesperado. La Revolución Sandinista, que alzada en armas derrocó en 1979 al tirano Anastasio Somoza, fue derrotada en unas elecciones. Flotaba en la tensa atmósfera vespertina la gran interrogante de si en efecto la comandancia sandinista entregaría el poder, dando por terminado un proceso revolucionario que había costado miles y miles de vidas. Tarde en la noche comparecía Daniel Ortega públicamente ante los medios del mundo a reconocer que habían perdido las elecciones y que debían traspasar el poder a Violeta Chamorro. América Latina, de esa manera, iniciaba un nuevo giro bastante significativo en su historia política contemporánea. Aunque, realmente, ese proceso había comenzado un poco antes.
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A principios de los ochenta las cruentas dictaduras al sur se encontraban deslegitimadas y contra la pared. Fue entonces cuando el prominente líder de la entonces poderosa socialdemocracia internacional, el sueco Olof Palme, junto a los premios Nobel Gabriel García Márquez, Alfonso García Robles y Alva Myrdal, además de otras personalidades, tuvieron la iniciativa de buscar una salida negociada para la consecución de la paz en Centroamérica, que vivía casi en su totalidad en una prolongada guerra civil sin fronteras que dejó no solo muertes y desolación, sino estragos inmateriales que todavía se sufren. Los gobiernos de México, Colombia, Panamá y Venezuela se hicieron parte de la iniciativa en calidad de garantes.
Este primer esfuerzo de paz en la región en enero de 1983 se conoció como el Grupo de Contadora (según el nombre de la isla panameña que albergó las negociaciones). La iniciativa continuó evolucionando y más tarde, en 1985, Argentina, Brasil y Perú se suman a la iniciativa que, a partir de julio de 1985, comienza a llamarse Grupo de Apoyo a Contadora. Tanto Argentina como Brasil habían entonces salido de sendas experiencias dictatoriales por demás traumáticas. Aunque Contadora no logró en realidad cumplir con sus propósitos, creó las bases para continuar asumiendo la causa de la paz y la democratización como objetivo indispensable.
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Esas semillas finalmente germinaron. En mayo de 1986 se lograron los primeros Acuerdos de Paz de Esquipulas (municipio de Guatemala) y así se acordó una hoja de ruta a través de la cual se iniciarían procesos serios para lograr el desarme, la paz y la reconciliación nacional. Evidentemente, esto incluyó garantías para que los sectores alzados en armas se convirtieran en actores políticos en el nuevo escenario en el que los procesos electorales jugarían un papel decisivo.
Desde el sur hacia el norte comenzaron a desaparecer las sangrientas dictaduras latinoamericanas y desde el norte hacia el sur comenzaron a desaparecer las insurrecciones guerrilleras de izquierda que abundaron por toda la región. Sus últimos reductos guerrilleros -tal cual dinosaurios políticos- quedaron en Perú con el ya afortunadamente desaparecido Sendero Luminoso mientras que las FARC y el ELN de Colombia aún existen, pero se encuentran en pleno proceso de pacificación con el gobierno de Gustavo Petro. Las condiciones para la consolidación de la democracia, con sus luces y sus sombras, ya no tenían vuelta atrás.
Por supuesto que la región no escapó a las influencias de los nuevos acontecimientos y procesos políticos globales. Tanto la caída del Muro de Berlín como la posterior desintegración de la Unión Soviética con su campo socialista marcaron el final de la Guerra Fría. En segundo plano, los efectos de poner en marcha ampliamente el modelo económico neoliberal del Consenso de Washington fue otro proceso muy importante que redefiniría el nuevo rostro económico y político de la región.
De los efectos políticos de la desaparición de la Unión Soviética se puede hablar mucho, pero nos interesa solo decir ahora que por toda la región hubo una reorganización de organizaciones políticas las cuales se inscribían mayormente en un amplio espectro del progresismo democrático y que hoy ejerce un atractivo electoral muy grande. La resistencia general a la aplicación del modelo neoliberal ha sido un fuerte agente catalítico que ayudó a terminar de configurar ese nuevo rostro político latinoamericano en términos generales.
Las protestas masivas en Santo Domingo en abril de 1984 fueron, quizás, el primer estallido social de envergadura en contra las impopulares medidas de ajuste económico que aceptó pasivamente el socialdemócrata Salvador Jorge Blanco por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI) para prestarle dinero a la atribulada economía dominicana de entonces. Murieron decenas de personas y hubo centenares de heridos por la represión policial. Unos pocos años más tarde, en Venezuela, se produce el inolvidable Caracazo, una de las mayores explosiones sociales que se recuerdan. Tales protestas se efectuaron contra el gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez. El Caracazo fue producto directo de uno de esos llamados paquetazos de ajustes económicos neoliberales que conllevó un aumento vertiginoso del costo de la vida y un deterioro estructural de la economía venezolana. Esa situación de disgusto generalizado, por decirlo así, le abrió las puertas a la eventual llegada al poder de Hugo Chávez Frías y posteriormente a la primera Marea Rosa.
La democracia representativa liberal se asumió por un amplio espectro como un nuevo contrato político latinoamericano y caribeño. En estos momentos en América Latina y el Caribe, en lo político, se debate el futuro de la democracia y, a la misma vez, se resienten las políticas neoliberales por amplios sectores sociales. ¿Se consolidará finalmente la democracia representativa en la región o los remanentes de elementos de las viejas oligarquías no lo permitirán? Desde los griegos hasta hoy día, para que pueda haber una verdadera democracia, entre muchas otras cosas, hay algo que resulta indispensable: se tiene que aceptar que “el otro” no solo gane sino que pueda gobernar. El futuro latinoamericano luce aún inestable porque definitivamente hay sectores -especialmente de las viejas oligarquías- que no pueden aceptar el reto de los nuevos actores y sus aspiraciones.
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