

Recuerdo muy vívidamente un relato de mi maestro de ciencias en quinto grado, que nos explicó “la paradoja de la serpiente que se muerde su propia cola” y nos mostró una imagen que me quedó grabada desde entonces. Nos invitó a que pensáramos en esa imagen -una serpiente en forma circular en la que su boca y su cola se tocan- y nos dio la tarea de pensar y explicar su significado por escrito. La Enciclopedia Británica, regalo de mis padres, me abrió a diversas interpretaciones. La serpiente aparecía representada en dibujos similares, con pocas variantes, en la mitología griega y egipcia, pero también en los dibujos aztecas, vikingos y en muchas otras comunidades ancestrales. Me sorprendió que culturas tan alejadas tuvieran símbolos comunes. Algo importante, alguna moraleja, pensé, debía estar tras esas imágenes tan parecidas. Labré mi propia interpretación a partir de las lecturas y de las visiones y valores que me habían inculcado mis padres.
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