El síndrome Tatito
Días antes de las elecciones de 1948, un desarrollista fue hasta la casa de Muñoz Marín y le ofreció 25,000 dólares en efectivo. Se llamaba Leonard Darlington Long y, desde los tiempos de Jesús T. Piñero, venía dándole forma a nuestra meca suburbana. Cuando se presentó por la casa de Muñoz, Long ya había construido las urbanizaciones Bay View en Cataño y Caparra Heights en Río Piedras, había puesto a la moda las ventanas Miami y comenzaba a desarrollar Puerto Nuevo, bautizado por él mismo como “el proyecto de viviendas más grande del mundo”. De hecho, desde la tarima donde Muñoz Marín tomó posesión, en la escalinata sur del Capitolio, se podía divisar -al otro lado de la bahía- las vigas de aquellas cuatro mil y pico de casas que cambiaron por siempre nuestro paisaje metropolitano. Long no solo había acaparado el mercado de vivienda en la isla en muy poco tiempo, sino que, subsidiado por el gobierno federal y el Banco de Desarrollo, intentó aprovecharse de las exenciones contributivas que el gobierno local les otorgaba a las fábricas. Y para eso eran los veinticinco mil.
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