La justicia poética no es justicia, dice un columnista español que admiro, pero a veces eso es lo único que nos queda, dice Cezanne Cardona Morales
La justicia poética no es justicia, dice un columnista español que admiro, pero a veces eso es lo único que nos queda, dice Cezanne Cardona Morales
Expertos aseguran que, a pesar de los vericuetos del estatus, la puertorriqueñidad está asegurada por esos cartelitos escritos a mano que gerenciales y comerciantes pegan en las paredes de su negocio. Allí está plasmada la perfeccionada pelea monga, nuestra predisposición a la pesquisa, la estirpe mejorada de la victoria pírrica, la venganza a medio camino entre la ternura y la tiranía, y ese -a veces calamitoso, pero siempre místico- regaño que tanto promovemos a boca de jarro. Algunos dueños de pequeños negocios o gerenciales usan la típica cartulina de los proyectos escolares, y otros el revés del cartoncito del cereal o hasta el clásico papel tamaño carta. Y casi todos los avisos que he visto -escritos a pulso de rabia sapiencial- estilan el marcador negro -alias sharpie- con letras apretadas y siempre mayúsculas; émulas de la sociología a cuchillo de palo, del macaneo policial y el moralismo más explícito. Propongo dos avisos como ejemplo. El primero lo vi hace un tiempo en un chinchorro montañoso que, a riesgo de rodar risco abajo, advertía: “Favor no bailar encima de las mesas”. El segundo lo vi en una farmacia de comunidad, y juro que me conmovió por lo poético: “Si abren los juguetes los tienen que pagar”.
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