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Ya estamos construyendo la catástrofe del futuro en las acciones que estamos haciendo o dejando de hacer en el presente y con poca consciencia de ello. El presente que vivimos y sufrimos es diseño y producto del pasado. Estamos reaccionando a modelos que con esfuerzos o desaciertos construyeron la débil o fuerte democracia y el estado de equidad o desigualdad para unos y otros. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789 y la de los Derechos Universales del 1948, en los que hoy evoluciona parte de la humanidad, fueron obra de millones de ciudadanos que, a través del mundo, dieron sus vidas para adelantarlos a las próximas generaciones. La mayoría de ellos no los disfrutó y quizás pasaron una o más generaciones para que sus nietos o bisnietas empezaran a crecer en sociedades más justas, libres del discrimen por su origen, su género, sus ideas, su credo religioso o político; mejor educadas y con un porvenir a la medida de su trabajo, de su dignidad como ser humano. Cientos de años forjando sociedades de Liberté, Égalité y Fraternité. Igualmente, una gran mayoría de ciudadanos en el mundo, sufre y muere en sociedades que centraron sus luchas en mantener estados teocráticos, fascistas, salvajemente neoliberales. Destruyeron a los muchos en favor de unos pocos. Hoy, acaparan los recursos naturales, contaminan el aire y el agua potable y vacían sus desperdicios en los océanos. Durante un tiempo, estas sociedades parecían estar localizadas en estados separados; señalándolas en el mapa, con pena o repudio. Nada que ver. Esa capacidad de Eros (vida) y Tanatos (muerte), forma parte de cada ser y nos garantiza ambas opciones: la de construir/nos y la de destruir/nos. Los humanos convivimos en los mismos espacios y lo único que nos diferencia es la capacidad de asumir responsabilidad por corregir lo que nos hace daño y potenciar lo que nos permite vivir en paz.
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