Ahora estamos viendo el fenómeno inaudito de los juicios en “lay away”, a plazos cómodos. Y, naturalmente, las víctimas y testigos ¡que aguanten como puedan!, escribe Hiram Sánchez Martínez
Ahora estamos viendo el fenómeno inaudito de los juicios en “lay away”, a plazos cómodos. Y, naturalmente, las víctimas y testigos ¡que aguanten como puedan!, escribe Hiram Sánchez Martínez
Cada vez que algo sale mal durante el curso de un proceso judicial hay una tendencia inmediata a criticar el desempeño del juez. Ocurre, por ejemplo, cuando la mujer que va a pedir una orden de protección que le ha sido denegada o pospuesta para otro día es asesinada por aquel de quien se quería proteger. También cuando un trabajador social recomienda en corte abierta que un menor sea devuelto a la custodia de la madre porque el padre no está apto para tenerlo, y la jueza —otra vez la misma del ejemplo anterior— en vez de indagar en ese momento la base de su opinión y, en todo caso, concederle no más de 48 horas para poner por escrito la recomendación, le concede treinta días para entonces decidir. Y, de nuevo, el niño de ocho años no llega vivo a esos 30 días; es asesinado por el padre. En ambos casos la mujer y el niño han sido doblemente victimizados: por el padre o la expareja que los asesina y por el propio sistema de administración de la justicia.
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