De madre puertorriqueña y padre irlandés, Kimberly no es otra cosa que una estrategia televisiva para disimular esas infames kas del discurso racista presidencial, dice Cezanne Cardona
De madre puertorriqueña y padre irlandés, Kimberly no es otra cosa que una estrategia televisiva para disimular esas infames kas del discurso racista presidencial, dice Cezanne Cardona
Los publicistas lo saben: la letra K llama la atención de los compradores. De aquí el éxito de productos como el jugo Kool-Aid, las donas Krispy Kreme, las toallitas Kleenex, la leche en polvo Klim, el cereal gallero Kellogg’s y el queso Kraft. La fácil aliteración de propaganda macroeconómica, la política de buen vecino fonético entre la letra C y la Q y la rareza tipográfica visten a la letra K de un disfraz neutral y tramposamente fresco de kimono tropical. No es casualidad que, en medio de todo el kerosene que Trump ha lanzado sobre los latinos, apareciera Kimberly Guilfoyle -la novia del hijo del presidente- para revestir el veneno en la flecha de Cupido del fallido Camelot Republicano.
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