

Me veo precisado a escribir esta columna, casi como un desahogo. Soy uno de los miles de puertorriqueños que le servimos al país de forma voluntaria como funcionarios en los colegios electorales durante las pasadas primarias. No vengo a expresarme sobre los resultados, aunque me vea tentado. Tampoco vengo a justificar las ineficiencias en el proceder de la Comisión Estatal de Elecciones que atropelló, no tan solo a los electores, sino también a los funcionarios. Pero sí quiero consignar el impacto que ha causado en mí ver el desprecio con el que algunos votantes acuden a las urnas.
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