

Lo último que Bobby Knight quiso que los puertorriqueños recordáramos de él no fue nada halagador. Por eso, al subir al avión, ya en el tope de la escalera, dio la espalda a las cámaras de prensa y televisión, se bajó sus pantalones y nos enseñó su trasero. En ese momento, el dirigente del equipo nacional de baloncesto de Estados Unidos hacía su fuga a plena luz del día y sintiendo mucho placer en humillarnos como comunidad que había recibido a su equipo y al de otras naciones en los Juegos Panamericanos de 1979. Había agredido a un policía que le llamó la atención durante una práctica de baloncesto en relación con el uso del gimnasio que también compartía el equipo nacional de Brasil. Un juez determinó causa probable para su arresto y Knight prestó la fianza. Luego huyó a Indiana, su estado de residencia. Más tarde, se le celebró aquí en Puerto Rico el juicio en su ausencia —la ley lo permite— y fue condenado. El juez le impuso seis meses de cárcel.
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