Si bien el internet nos permite mantenernos conectados a pesar de las inevitables distancias, hay que reconocer que es agotador el inútil ejercicio de tratar de reproducir la vida como era, de manera virtual, dice Ana Teresa Toro
Si bien el internet nos permite mantenernos conectados a pesar de las inevitables distancias, hay que reconocer que es agotador el inútil ejercicio de tratar de reproducir la vida como era, de manera virtual, dice Ana Teresa Toro
Antes de argumentar, valga una salvedad. Tenemos suerte. Mucha. Todos los que estamos leyendo este texto, lo hacemos porque probablemente tenemos acceso al internet y a pesar del distanciamiento social que es necesario ante la pandemia, hemos podido conectarnos de esta manera con alguna persona. Hemos participado de videoconferencias, de reuniones, de cumpleaños, de ratos de copas con colegas o amistades, hemos visto conciertos y piezas teatrales, quizás, incluso hasta óperas y ballets. Hemos ido al médico y a terapia a través de la computadora. También hay quienes acuden a sus cultos religiosos de manera virtual, hay quienes se han casado y hasta divorciado a través de encuentros virtuales. Hemos tomado o impartido cursos, hemos comprado alimentos y otras necesidades. Quizás, incluso, nos hemos dado el infinito lujo en estos tiempos de comprar algo innecesario. Tanta es nuestra ventaja con relación a tanta gente —la mayoría aquí y en cualquier parte, aunque nos neguemos a verlo—, que, por cuidarnos, nos cuidamos hasta de imaginarnos lo que sería esta pandemia sin el internet.
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