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No pensé en la situación actual cuando empecé a escribir esta columna, pero lo cierto es que ahora, mientras guardamos la necesaria cuarentena, la lectura es necesaria para la sobrevivencia emocional. Para mí lo fue desde siempre. Me salvó, como un escudo, de muchas situaciones desagradables, permitiéndome evadirlas, superarlas, transformarlas en agradables. Cuando niña, por ejemplo, me tornaba invisible para quienes me encomendaban tareas engorrosas: “No la molesten, que está leyendo”, decían, eximiéndome de la necesidad de cumplirlas. “No te preocupes por ella, siempre tiene la nariz metida en un libro”, dijeron luego los amigos, con lo cual no tenía que inventar excusas para ausentarme de actividades que no me gustaban. Ante la ira de los demás, ante la lluvia, ante el calor insoportable, ante las visitas inconvenientes, ante el aburrimiento de los largos veranos, me agarraba a mi tabla infalible de salvación: me enfrascaba en la lectura.
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