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José Luis González se quejó alguna vez de que a veces los escritores puertorriqueños escriben para convencer a los que ya están convencidos. Y eso tal vez explica el riesgo que asumió cuando publicó La llegada, esa “crónica con ficción” que desde el título ironizaba el relato victimista del llamado “trauma del 98″. Dieciocho años antes de que se cumpliera el centenario de la invasión estadounidense a la isla, González les aguó la fiesta finisecular tanto al independentismo conservador (que negaba la literatura que escribían los puertorriqueños de allá) como a cierto anexionismo pintoresco (que rezongaba por la literatura que escribían los de acá). Y lo mejor de aquella apuesta literaria era que, incluso, hasta la escena más conmovedora de la novela (la del negro Quintín esperando que las tropas americanas lo liberaran del racismo de los criollos) no estaba exenta de una ironía prospectiva. “Peores que los españoles no serían -dice Quintín de los americanos-, pues habían abolido la esclavitud diez años antes de que lo hiciera España. Habrá que ver”. Lo curioso es que aquellos que criticaron con desdén La llegada -por desinflar el relato heroico victimista- no fueron desdeñosos con ellos mismos cuando, al menor apagón, nos aplanaron la indignación con la epifanía del cuento “La noche que volvimos a ser gente”.
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