Me escribe un lector de Bocadillos porque leyó la palabra “alínea”, con acento en la í. “Siempre pensé que era “alinea”, llana. Por favor, corríjame o corríjala”. Mejor que corregir, vamos a explicar qué está ocurriendo aquí. En español tenemos palabras prosódicamente acentuadas que pueden ser agudas, llanas o esdrújulas. Pero hay en los hablantes cierta tendencia a desplazar el acento de algunas palabras. Convertimos palabras agudas en llanas (cenit, cénit), y llanas en esdrújulas. Un ejemplo de lo anterior es la palabra llana icono, por la esdrújula ícono. Así pues, ícono y cenit tienen dos acentuaciones válidas. El caso de ALINEA es muy interesante pues el hablante transforma una llana en esdrújula. Fíjese que el verbo alinear no es otra cosa que ponerse en línea, ¿verdad? Usted “alínia” su carro”. Pero lo supuestamente “correcto” es que, cuando el acento recae en la raíz aline-, la vocal que debe llevar el acento es la -e-. Por lo tanto, yo me [alinéo], tú te [alinéas], y él se [alinéa] Si eso es así, ¿por qué decimos alínio, alínia, alíniate? Por la fuerza de la analogía con el sustantivo línea. Movemos, en lengua oral, el acento a la -i-: [alíneo], [alíneas], [alínea], y hasta rompemos el hiato. Y esta tendencia en ocasiones se manifiesta por escrito. En la lengua oral, hay palabras que están en eterno forcejeo entre las formas más elitistas y las formas populares o cercanas a la cotidianidad de sus hablantes. Alinea y alínea es un buen ejemplo de esta lucha. ¿Cuál triunfará? ¡Hagan sus apuestas!
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