Antropomórficas. Así, nos dice Penny, se les llama a las metáforas que transfieren los nombres de partes del cuerpo a objetos inanimados. De esas tenemos algunas muy especiales como la boca del río, el ojo de la aguja, las manecillas del reloj y las patas de la mesa. Vivimos encerrados en metáforas, y las usamos TODO EL TIEMPO, sin percatarnos, mas no exactamente como las emplean los poetas y los grandes escritores. Las metáforas, como usted sabe (y ya vimos), trasladan un sentido literal a otro figurado, como consecuencia de una comparación que el hablante hace. Entonces, ¿qué pasa? El tiempo pasa y, en ese pasar, ocurren cambios semánticos en las metáforas. Esas son metáforas muertas, como por ejemplo Yo soy una tumba. Otras descansan en paz hace años (del latín y del español medieval), y ni idea de su origen o simbolismo. Los ejemplos anteriores son difuntas más recientes y por eso usted puede entender el simbolismo que tuvieron, aunque nunca piensa en ello. La boca del río dejó de ser metáfora para convertirse en entrada o salida del río. Los ejemplos anteriores a metáforas no huelen. Todas ellas están en el cementerio de las metáforas. Así pues, bocacalle, que en su momento tuvo un uso metafórico, hoy nada que ver. Y aunque usted no sea exactamente una metáfora, en la bocacalle y en cualquier sitio cruce con cuidado.
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