ONU: credibilidad en juego ante el fracaso en mantener la paz
En Ucrania pasa de todo y, también, parecería que no pasa nada. Pronto se cumplen nueve meses desde el ataque armado ruso en territorio ucraniano y la prolongación de la guerra parece habernos resignado a sus horrores. Nueve meses en los que se ha puesto a prueba la capacidad del Consejo de Seguridad de mantener la paz y la seguridad, su función principal según la Carta de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su ineficacia en este y otros conflictos armados actuales (como los que tienen lugar en Siria, Yemen, Israel y los Territorios Palestinos Ocupados, entre otros) reflejan que el Consejo de Seguridad se colgó en la prueba y requiere una reforma urgente.
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Es innegable que la guerra en Ucrania nos afecta directamente en muchos ámbitos. Las violaciones a la integridad territorial y el uso de la fuerza armada representan un constante debilitamiento del derecho internacional, haciendo más vulnerables tanto a los países como a las personas que las normas internacionales pretenden proteger. Otros efectos perjudiciales son más inmediatos y duelen más. Entre ellos: los crímenes de guerra, incluyendo muertes y destrucción de infraestructura civil en Ucrania; el alza en los precios de los alimentos a escala mundial y el bloqueo del flujo de granos ucranianos para el Programa Mundial de Alimentos de la ONU; el aumento de precio del petróleo; unos 7.8 millones de ucranianos refugiados en Europa y otros 6.5 millones desplazados internamente, según la agencia para los refugiados de la ONU (ACNUR). Además, este conflicto tiene un potencial de intensificación con impacto global capaz de cambiar nuestras vidas permanentemente por riesgos ambientales (uso de armas de guerra nucleares o químicas o explosiones en centrales nucleares como Zaporiyia) o militares (ataques que rebasen fronteras, como ocurrió la semana pasada en Polonia). En otras palabras, la cosa se puede poner todavía peor.
No en balde el presidente de la Asamblea General de la ONU, Kőrösi Csaba, recientemente subrayó la urgencia de reformar el Consejo de Seguridad. El 17 de noviembre de 2022 enfatizó que el tema de dicha reforma se aborda “en un momento en el que el mundo se enfrenta a un conjunto de crisis interconectadas que han puesto a todo el sistema multilateral bajo presión. Debemos admitir que se trata de la credibilidad y la relevancia de la ONU”. Durante su discurso admitió que el Consejo de Seguridad, cuya función principal es mantener la paz, ha permanecido bloqueado, incapaz de cumplir plenamente su mandato. Citando la famosa frase de Lao Tzu, “el viaje de mil millas comienza con un solo paso”, hizo un llamado urgente a dar un paso para lograr la transformación tan necesaria.
El mantenimiento de la paz y la seguridad le compete a todos los países. Pero la capacidad de veto de los miembros permanentes del Consejo de Seguridad (China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia) lo deja en manos de uno de los cinco países con voto privilegiado. Incluso si ya el Tribunal Internacional de Justicia hubiese emitido una sentencia sobre la demanda de Ucrania contra Rusia que comentamos en otra ocasión, en caso de su incumplimiento, el Consejo de Seguridad es quien tuviese la capacidad de dictar medidas para que se ejecutase el fallo. Peor aún, las reformas a la Carta de la ONU relacionadas al derecho al veto en el Consejo de Seguridad requieren la conformidad de sus miembros permanentes.
Pasa el tiempo y nos debemos cansar de que no pase nada. Mientras tanto, todas las personas y los países nos jugamos algo en la guerra en Ucrania. La igualdad de los miembros de la ONU no debe continuar siendo teórica, es hora de que todos los votos tengan el mismo peso. Ciertamente, están en juego la credibilidad y relevancia de la ONU.
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