Lo mejor que se puede tener en el mundo, según ese hermoso cuento de Clarice Lispector, es ‘un papá dueño de una librería’. Puerto Rico ha perdido al papá de las librerías, nadie lo duda, escribe Cezanne Cardona Morales
Lo mejor que se puede tener en el mundo, según ese hermoso cuento de Clarice Lispector, es ‘un papá dueño de una librería’. Puerto Rico ha perdido al papá de las librerías, nadie lo duda, escribe Cezanne Cardona Morales
Casi al final de la Nueva visita al cuarto piso, José Luis González dice -en broma- que está dispuesto a degollarse en la Plaza de Armas solo para probar un desesperado argumento cultural. Entonces su queja era doble: por un lado, se lamentaba de la desaparición de los tipógrafos y, por otro, rabiaba por la flagrante contradicción de que los escritores del patio no organizaban una cooperativa editorial, pero sí podían comprar carros de último modelo. A pesar de su acertado nomadismo pedagógico, estoy casi seguro de que si José Luis hubiera conocido a Norberto González tal vez se hubiera retractado del degollamiento imaginario con el que singularizaba la siempre precaria industria del libro puertorriqueño. Y lo intuyo porque la última vez que hablé con Norberto estaba trepado en una escalera buscándome precisamente un libro de José Luis, que perdí en una refriega con la polilla, y porque la primera vez que entré a la librería de Norberto en Río Piedras -hace casi veinte años- me pareció que allí había algo que otras librerías disimulaban.
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