En química, si sustituimos una partícula transformamos una materia en otra distinta. Pues en la lengua pasa exactamente lo mismo: hay instancias en que si cambiamos un sonido por otro ¡cataplum!, generamos una palabra distinta. Por ejemplo, cana/rana; pelo/palo; taco/tuco; química/químico… Lo sé, todo esto parece tener la profundidad de su ombligo y suena a soberana tontería, ¿verdad? Pues, mi querido lector, me temo que se equivoca. A esas parejitas de palabras que se diferencian por un solo segmento (sonido) los lingüistas les llamamos pares mínimos (todos los segmentos son iguales menos uno) y son mucho más importantes de lo que usted piensa. Con estos pares mínimos los poetas crean belleza, nosotros identificamos fonemas (sonidos del habla que permiten distinguir palabras), las maestras los usan para desarrollar conciencia fonológica, y ustedes... ¡se divierten de lo lindo! Así de generosa es la lengua, para todo nos sirve, hasta para pasarla bien. Y es que gracias a los pares mínimos podemos generar toda suerte de combinaciones sonoras y juegos fonéticos la mar de divertidos, como este diálogo que me envía un amable lector sobre un chico que llega a su casa con cara de calamidad luego de tomar un examen final, y su madre lo recibe. ¿Puede identificar los pares mínimos? Son dos…
Se adhiere a los criterios de The Trust Project