

Antes de ver las montañas mi mamá me contaba de ellas. Me describía la casita con piso en barro en donde se crio con sus 11 hermanos en una loma de Orocovis. Mientras cocinaba arroz con habichuelas en la casa de Chicago, describía con detalle cómo de niña trabajaba en la finca de sol a sol con Papá Manuel, mientras que abuela Dominga pescaba guábaras en el río. Recordaba cómo conoció a Julio, mi papá, en una promesa en la casa de Tonín, en el barrio Pedro García, de Coamo, mientras él tocaba el cuatro y ella le cantaba a la Virgen. Le brillaban los ojos azules cuando recordaba su boda y cómo luego de casarse decidieron irse al duro frío de la ciudad ventosa para buscar una mejor vida.
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