Sixto George: noticias vs entretenimiento
Llama la atención el sentimiento de indignación colectiva generado por la información difundida en el caso de la persona conocida como Sixto George. No me refiero al aspecto técnico legal —si se configuró o no el delito de extorsión—, sino, específicamente, a lo que, por lo visto, es una práctica usual: la de pagarle a personas a cargo de programas de entretenimiento y a los “influencers” para que digan información que los que pagan quieren que se divulgue. Es decir: es irrelevante si la información es cierta o falsa, si está corroborada o no. Se trata, básicamente, de comprar un espacio como si fuera un anuncio. Lo único positivo de todo esto ha sido que la oferta de comprar el espacio o la opinión favorable se ha limitado a ese tipo de programas y no a programas tradicionales de noticias.
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Es aleccionador ese sentimiento de enojo colectivo, pero me pregunto si lo que ha salido a la luz ha sorprendido a alguien. En 1988, el intelectual y escritor estadounidense Noam Chomsky había publicado su libro Manufacturing Consent: The Political Economy of the Mass Media, que señala cómo la información que se difunde masivamente por los medios de comunicación —incluidas las noticias— está matizada por el interés económico, por quienes pagan los anuncios o, inclusive, las prebendas. Es, básicamente, como la práctica conocida como payola en relación con reproducir canciones, pero en esto, supuestamente, con eventos, no de entretenimiento, sino reales y de interés público. Claro, una cosa es que se sepa y otra la manera tan estrepitosa y sin disimulo que exhiben los protagonistas del incidente.
Por la realidad descrita —ya que puede difundirse cualquier información alejada de la realidad— es que el desprestigiado Roger Aisles fundó la cadena Fox News, con el propósito de mercadear como noticias la opinión superficialmente sustentada de los anfitriones de los programas. La postura asumida por estos con relación a eventos importantes que “comentaban”, no meramente impulsaba una línea editorial carente de objetividad, sino que garantizaba muchos anuncios y auspiciadores. La combinación era perfecta: difundía los eventos a tono con el sentir de sus auspiciadores, lo cual le proporcionaba grandes ganancias.
No debe sorprendernos que esas malas costumbres se hayan incorporado en Puerto Rico, donde hay personas inescrupulosas que se dedican a estos menesteres. Pero, a los que acceden a las noticias a través de estos “influencers” y de programas cuya función es mayormente dirigida al entretenimiento y no a informar, ¿se les puede atribuir alguna responsabilidad por haber permitido que la práctica se haya institucionalizado? La pregunta es retórica; todos somos responsables de la gran audiencia y difusión que tienen estos programas. Según estudios realizados por STATISTAS, el 80% de los programas a los que se accede en televisión son de entretenimiento, en comparación con un 15% de noticias. Esto se agrava si tomamos en consideración que, en el referido estudio, se señala que la mayoría de la población dedica entre 4 a 6 horas diarias a ver televisión.
Con el surgimiento de las redes sociales, la situación se complica aún más. El Pew Research Center señala que las personas entre 18 a 49 años, alrededor del 50%, acceden en línea a la información sobre eventos. De ese universo, el 21% lo recibe, no por agencias noticiosas, sino por personas particulares y el 18% a través del “social media”. Es forzoso concluir que la mayor parte de la población tiende a ser influenciada por personas no preparadas para informar de manera imparcial e ilustrada sobre lo acontecido. Se convierten las personas en “repetidores” de lo que escuchan, sin ningún tipo de análisis o rigor.
Quizás algo productivo que podemos sacar del caso de Sixto George es que entendamos que el país al cual aspiramos no puede lograrse a base de dedicar tanto tiempo al entretenimiento y a las “noticias compradas” con las cuales somos abacorados todos los días.
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