


Ya es hora de decirlo: Sócrates hace falta en el pesebre. Y la razón va más allá de la pose filosófica, puesto que la sabiduría de Sócrates –a diferencia de los sabios de Oriente- no necesitaba coronas ni regalos, y además la alegría del saber se demostraba bailando. Al menos, esa es la descripción que hace Jenofonte de Sócrates en el diálogo titulado “El Banquete”. En aquel diálogo, Sócrates no baila para impresionar (como el perreo de Jenniffer González o el ridículo baile de pingüino que hace Trump para burlarse de sus enemigos políticos), sino que el sabio de Atenas bailaba para balancear alma y cuerpo. A diferencia de Platón, que describió a Sócrates un tanto conservador en la República y por tanto menos dicharachero, Jenofonte se dio una licencia y colocó a Sócrates aprendiendo a bailar a los setenta años. Según Jenofonte, Sócrates, al ver a unos bailarines en casa de Kalias, no solo entendió que bailar era un ejercicio necesario para el cuerpo y el pensamiento, sino para la filosofía. “Por Zeus, -dice- aprenderé a bailar.”

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