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Desde tiempo lejano reyes y emperadores miraron para otro lado mientras ministros quedaron a cargo de recaudar fondos con los que financiar sus guerras de conquista; duques y lores esclavizando súbditos para extraerles el tributo a la Corona y, a la sombra del poder, la serpiente de la corrupción dejando oprobioso rastro. En tiempo contemporáneo, Puerto Rico paga alto precio por el antiguo esquema: corruptos de rancia alcurnia en Washington desentendidos de su propia infamia, osan insultarnos como isla corrupta. ¿Nos lo merecemos? Aparentemente. La corrupción gubernamental es glotona e insurrecta. No tiene límite ni reconoce pausa. A meses del antecesor caer deshonrado en manos de la justicia, ¿Cuántos alcaldes, legisladores y funcionarios públicos – sin que siquiera muestren talento creativo para la maldad – repiten la misma porquería?
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