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Su figura era imponente. Alto, de hombros anchos y con el cuerpo fornido del atleta olímpico. Sus manos eran enormes; por sí solas ponían orden en su sala sin necesidad de un mallete. Su presencia intimidaba no solo por su físico sino por su aparente carácter duro, directo, con una mirada intensa y voz fuerte. Pero su sonrisa soslayada y su fino humor revelaban su gran humanidad, a pesar de su increíble disciplina e intensidad en todo lo que hacía.
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