Carlos E. Ramos González
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¿Un segundo “impeachment”?

Los “managers” que llevan el caso de “impeachment” contra el presidente Trump han concluido sus discursos iniciales al Senado del Congreso de los Estados Unidos. Estamos en proceso de escuchar la versión de los abogados del presidente. Ante la opinión pública, ha impactado la elocuencia, sencillez, lógica, contundencia y solidez de lo expresado. Han hecho uso de “video clips” y proyección de testimonios escritos utilizando recursos tecnológicos al máximo. Ante todo, ha sido sobresaliente la presentación del representante Adam Schiff. La estrategia de los acusadores persigue apegarse a los hechos con poca estridencia. Cuando se alejaron de este estilo, el juez presidente John Roberts les llamó la atención recordando a ambas partes la naturaleza solemne del proceso y de la institución que representaban. Ha sido ido esta, hasta ahora, la única intervención significativa del juez Roberts. 

Creo que lo tendrá más difícil con la representación legal del presidente. La estrategia anticipada será alejarse de los hechos, distraer la esencia de las imputaciones, alegar generalizaciones y atacar los mensajeros, todo ello enmarcado en un acercamiento de desacreditar el proceso utilizado sin entrar en la sustancia de las alegaciones. Es decir, un enfoque que refleje fielmente a su representado y sus estilos. Confían en que no se presenten testigos ni documentos más allá de lo contenido en la prueba recibida de la Cámara de Representantes. Me parece muy sencillo pero perverso su objetivo: promover la verdad alternativa del presidente. Hay que alejarse de unos hechos que puedan constatarse. Es la lógica invertida.

Aquí el espectáculo: una solemnidad que encubra la única verdad. Y esa verdad solo es una. El imputado no reconoce el “rule of law” o estado de derecho esencial al constitucionalismo norteamericano. Invitar a una potencia extranjera a intervenir en los procesos electorales no ocurrió; si ocurrió, no amerita el “impeachment”. Tiene los votos para su encubrimiento. No puede olvidarse que el proceso es uno político enmascarado en solemnidad:  la mayoría republicana piensa que cuenta con un electorado mareado o viviendo la verdad alternativa del presidente. A su vez, el presidente es el sueño hecho realidad de la derecha más conservadora. En tres años ha logrado desmantelar una parte importante del aparato administrativo gubernamental federal que es vista como obstáculo al capitalismo más salvaje. Es un “negacionista” del cambio climático. Ha dado voz renovada al sexismo, racismo y muchos de los prejuicios que laceran la dignidad humana. Incluso, sin haber dado muestras de ser cristiano, ha actuado como si fuera un fundamentalista. Ha hecho florecer la economía llevándola casi al empleo pleno sin reconocer que está reconstruida sobre unas zapatas del presidente Obama. Por el contrario: desmerece continuamente los méritos de su antecesor. 

El proceso de “impeachment”culminará en la absolución del presidente. Más temprano que tarde, la prensa investigativa logrará ahondar en la prueba de sus actividades delictivas, sus constantes abusos del poder, traición de la confianza pública y a la Constitución que juramentó defender. Habrá comentarios de un posible segundo “impeachment” que será imposible de cuajar en lo que resta del presente término presidencial. Los fundamentos para ello van a sobrar y serán aún más evidentes. Es muy posible que sea en su segundo término. Me pregunto si quedará en pie un andamiaje constitucional que lo encauce o si el proceso quedará tan desacreditado que imposibilite nuevamente su uso. En este caso, ¿cómo el sistema constitucional norteamericano y su gobierno permanente enfrentarán a este delincuente?


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