

Se repite con frecuencia una idea equivocada: que las vacunas son un negocio, que los proveedores de salud “se lucran” con ellas. La realidad es otra. Los reembolsos que reciben médicos, farmacias y clínicas apenas cubren los costos directos, y nunca los indirectos: refrigeración especial, sistemas electrónicos, personal entrenado, campañas educativas, medidas de seguridad. Vacunar no enriquece; mantener poblaciones sanas sí.
Y aquí está la verdad profunda: los verdaderos ganadores somos los vacunados.
Gracias a la inmunización, hoy tenemos bajo control 21 enfermedades que antes devastaban familias y comunidades. La poliomielitis, que condenaba a los niños a vivir en un pulmón de acero; la difteria, que asfixiaba lentamente; el sarampión, que todavía mata donde no hay coberturas altas; la tosferina, que arranca bebés de brazos de sus madres; la meningitis por Haemophilus influenzae tipo b, que dejaba secuelas neurológicas permanentes. Que hoy parezcan relatos de otro siglo es el triunfo de la vacunación. Los hospitales no colapsan, las escuelas no cierran, los negocios no se detienen porque vivimos libres de epidemias que antes eran parte del día a día.
Lo que hemos alcanzado en Puerto Rico no es casualidad; es el resultado de un modelo donde el bien común se coloca por encima de intereses particulares, donde el sector público y privado colaboran, y donde las comunidades se guían por la ciencia y el conocimiento de expertos.
Debemos mantenernos firmes en que las decisiones de salud pública se basen siempre en la evidencia científica y en la asesoría de profesionales, garantizando así confianza, efectividad y protección para toda la población.
Retirar esos mandatos no sería un triunfo de la libertad individual. Sería un retroceso que amenaza el bien común. La salud pública se sostiene en la interdependencia: un brote en un niño no vacunado puede convertirse en epidemia que afecte a todos, incluyendo a los vacunados.
¿Quién gana con las vacunas? Ganamos todos. Ganamos años de vida, calidad de vida, estabilidad económica, paz social. Ganamos porque no lloramos entierros por polio ni difteria. Ganamos porque podemos viajar, trabajar y estudiar sin miedo a brotes que hace apenas 50 años eran parte de la rutina.
Defender la vacunación no es defender a los proveedores de salud: es defender nuestra propia vida, la de nuestros hijos y la de nuestra comunidad. Cada ciudadano deberían recordarlo: la vacunación es el tesoro silencioso que nos mantiene vivos y en movimiento.
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