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Navidad: la manifestación más genuina de ser puertorriqueño

Aun con los cambios inevitables que trae el paso del tiempo, esta es la época en que mejor conectamos en familia y como pueblo a través de nuestras tradiciones

17 de diciembre de 2025 - 3:41 PM

El tiempo seguirá su paso inexorable acompañado de cambios; lo importante es compartir nuestras tradiciones con cada generación para que las abracen, las reinterpreten al sentirlas suyas y las mantengan vivas. (Carlos Rivera Giusti)

Aun con los cambios inevitables que trae el paso del tiempo, esta es la época en que mejor conectamos en familia y como pueblo a través de nuestras tradiciones

Cierto es que los puertorriqueños vivimos en un continuo ejercicio de afirmación de identidad y que lo manifestamos mediante lo que se conoce generalmente como expresiones culturales. Es la manera de definirnos entre nosotros y ante el resto del mundo como un pueblo con raíces, tradiciones y personalidad propias.

Ahora bien, no cabe duda de que es durante la celebración de las fiestas navideñas cuando mayor fuerza cobra el sentido de orgullo y hasta la necesidad de exteriorizar todo eso que sentimos que nos identifica y nos distingue como país y como sociedad.

Como resultado, acuñamos una afirmación, casi un lema, por la que incluso ya somos conocidos más allá de nuestro archipiélago: que en Puerto Rico se celebran las navidades más largas del mundo.

Trazar la ruta, el contexto, sobre cómo llegamos hasta este disfrute extendido es un ejercicio más que divertido, un recuento que requiere remitirse a la génesis misma de lo que llamamos ser boricua.

Si fuéramos a señalar una fecha de inicio tendría que ser el año de 1493. Los relatos y documentos que nos llegan hasta hoy sobre aquel momento aseguran que lo primero que el español colocó sobre las arenas de Borikén al desembarcar fue una cruz, símbolo de la fe cristiana, en particular de la religión católica, la que con orgullo profesaba la reina que subvencionó aquella histórica y legendaria travesía trasatlántica. De hecho, la condición principal para apoyar semejante empresa fue la propagación ¿o imposición? del cristianismo a todos los pueblos que Cristóbal Colón y compañía encontraran en el camino.

Fue así como la fe cristiana formó parte integral del desarrollo de Puerto Rico. Dentro de esta, cobra protagonismo la celebración de la Navidad como ese momento en el calendario de echar a un lado las penurias y arroparse de alegría para honrar la Natividad, el nacimiento del Niño Jesús, el Salvador.

La iglesia católica llegó al llamado Nuevo Mundo con un modelo centenario de propagación de fe mediante las artes. Música, pintura, escultura, arquitectura, drama, literatura, todas estas manifestaciones de la creatividad, la imaginación y el ingenio humano tenían como motor primordial la divulgación de la fe. En el puertorriqueño —con nuestro trenzado de razas— todas estas vertientes hallaron terreno fértil para florecer con características propias, autóctonas.

De este modo, abrazamos la fe en el Niño Jesús, en la Virgen María y en San José. Nos deslumbramos con la sabiduría y bondad de los Reyes Magos hasta volvernos devotos suyos. Hicimos nuestro el Belén, el pesebre, el rol de los ángeles y los pastores, así como la tragedia de los Santos Inocentes.

Mientras, en las iglesias se recreaban los cánticos de Handel y se admiraban las imágenes de santos provenientes del Viejo Mundo, aquí, rodeado por la neblina de la montaña, el jíbaro comenzó a apropiarse de su fe, montando su altar doméstico y cantando con cuatro, güiro y maraca; pagando promesas y tallando santos del tronco de un árbol del batey.

La fe católica, a la que luego se sumarían las denominaciones protestantes, enraizó sus ritos en las prácticas populares. A las representaciones dramáticas del Nacimiento desde el altar, se añadían las posadas. Esta tradición celebrada durante el tiempo de Adviento consistía en que un hombre y una mujer ataviados como San José y la Virgen María llegaban cada noche a un hogar predeterminado para solicitar albergue, tal y como indica el Evangelio que ocurrió la noche en que el Niño Jesús vino al mundo. La pareja era acompañada por un grupo de fieles que entonaban villancicos, provenientes de la tradición española de los siglos XIII al XV. Luego de que los residentes del hogar seleccionado le abrían la puerta al santo y a la virgen junto a sus acompañantes, se entonaban más cánticos y se compartían refrigerios. Esta práctica sirvió como precursora de las parrandas contemporáneas que vivieron su esplendor en la isla durante el siglo XX hasta las décadas de 1980 y 1990, antes de que un creciente temor a salir de noche por la criminalidad, y los formatos de desarrollo urbano con control de acceso arruinaran el sentido de espontaneidad de las parrandas que evolucionaron de hacerse a pie o a caballo, hasta formar caravanas de autos.

No obstante, hay tradiciones que se han fortalecido con el paso del tiempo, encontrando su anclaje tanto en las expresiones artísticas y artesanales como en la participación masiva de la gente. Esto se nota en la devoción por los Reyes Magos, que en Puerto Rico goza de un arraigo más fuerte que en otros países de Latinoamérica. A pesar de —o precisamente en respuesta a— la fuerte presencia de la figura de Santa Claus, a partir del cambio de soberanía de 1898, la celebración del Día de los Reyes Magos y toda manifestación a su alrededor, goza de un apoyo incuestionable en Borinquen. Se atestigua en la proliferación de tallas de madera, de canciones y de todo tipo de artesanías inspiradas en estos personajes tan bíblicos como míticos. Claro está, se siente con fuerza gracias a las celebraciones multitudinarias como la que se lleva a cabo anualmente en el municipio de Juana Díaz, donde gran parte del pueblo desfila por las calles hasta congregarse en su plaza en una fiesta que goza de reconocimiento internacional, como los mismos caballeros que les representan y que han llegado hasta al Vaticano para dar fe de esta devoción tan boricua.

La Navidad también ha inspirado las bellas artes puertorriqueñas, tanto en la pintura como en la serigrafía. En 1797, nuestro insigne pintor José Campeche develó en San Juan su óleo, “Nuestra Señora de Belén (Virgen de la leche)”; y en 1799 volvía a embelezar a devotos y amantes del arte con su obra “La Natividad”.

Ahora bien, hablar de la Navidad en Puerto Rico es hablar de música. Podría afirmarse que la música es la expresión artística que más identifica al puertorriqueño y si hay una época en la que más se pone de manifiesto es durante la Navidad.

Es en esta festividad cuando se expresa con más fuerza y contundencia la riqueza cultural que poseemos como pueblo, la cual queda plasmada en una amplia diversidad de ritmos, arreglos musicales y composiciones líricas, producto de siglos de influencias y movimientos. El resultado es un nutrido y abultado pentagrama que toca la fibra emocional y se ajusta al gusto de cada generación, y que dentro de lo heterogéneo que puede parecer, tiene un fin común: comunicar el gozo, la alegría y el verdadero sentido de las fiestas navideñas.

Un recorrido por el tesoro musical navideño de Puerto Rico nos lleva por el “Villancico yaucano” de Amaury Veray, pasando por “Feliz Navidad” de José Feliciano, canción de fama mundial que retrata la realidad del boricua en la diáspora, como lo hizo también el legendario álbum “Asalto navideño” de Willie Colón y Héctor Lavoe junto a Yomo Toro. Le siguen joyas como “Niño Jesús”, de Tony Croatto, quien integró genialmente el sentido de la Navidad con la crítica social. Tenemos al cantautor José Nogueras, quien cuenta con la hazaña de haber grabado más de 40 álbumes de Navidad. De igual manera, la contribución de Vicente Carattini y de Herminio de Jesús al cancionero navideño boricua es inmensurable. A ellos se unen agrupaciones como Los Cantores de San Juan, Los Cantores de Bayamón, la Tuna de Cayey, Decimanía y el Coro de Niños de San Juan, entre otras. Nuestros cantantes más emblemáticos han ofrendado sus voces y poder interpretativo al espíritu navideño. Ahí están Lucecita Benítez con su álbum “Un regalo de alegría”; Danny Rivera, con clásicos como “Ponle por nombre Jesús”, de Mario Enrique Velázquez, y “El cardenalito”, de Adelis Freytez; y el trovador Andrés Jiménez “El Jíbaro” con su rica discografía inspirada en las tradiciones navideñas. A ritmo de salsa, El Gran Combo de Puerto Rico grabó varios álbumes de Navidad, sin embargo, no hay canción más popular de Los Mulatos del Sabor para esta época que “La fiesta de Pilito”; y la voz de Gilberto Santa Rosa resuena cada Navidad con su éxito “Me gustan las navidades”. Y no podemos olvidar las melodías pegajosas y llenas de picardía a son de merengue del Conjunto Quisqueya junto al recordado Tavín Pumarejo. En ese viaje al pasado rememoramos las melodías navideñas en las voces veteranas de Odilio González y Alfonso Vélez así como de los fenecidos Ramito, Chuito el de Bayamón, Felipe “La Voz” Rodríguez y José Miguel Class “El gallito de Manatí”.

En las artes escénicas, gracias a Ballets de San Juan en Puerto Rico se escenifica el clásico “El Cascanueces” de manera ininterrumpida desde el 1956.

Y si hay una expresión en la que el boricua despliega todo su talento en la Navidad, lo es en las artes culinarias, con todo un menú relacionado con esta celebración; desde el lechón asado al arroz con gandules y la morcilla, el coquito y claro, su gran protagonista, el pastel. De este manjar sabemos, gracias al historiador Cruz M. Ortiz, que ya aparecía mencionado en textos literarios y publicaciones periodísticas de la isla para el siglo XIX y que, desde entonces, se acostumbraba a obsequiar en Navidad como el mejor gesto de aprecio.

En conclusión, el tiempo seguirá su paso inexorable acompañado de cambios; lo importante es compartir nuestras tradiciones con cada generación para que las abracen, las reinterpreten al sentirlas suyas y las mantengan vivas.

El autor es periodista colaborador de Suplementos.

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Este contenido fue redactado y/o producido por el equipo de Suplementos de GFR Media.

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