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“Es algo que se lleva en el corazón”: fanáticos de Bad Bunny definen lo que significa ser puertorriqueño

El segundo día de la residencia del artista en el Coliseo de Puerto Rico también estuvo repleto de coloridas estampas boricuas

13 de julio de 2025 - 8:31 AM

Fanáticos de distintas generaciones opinaron sobre el significado de ser boricua en el Puerto Rico de hoy. (Stephanie Rojas)

El sonido de metal vibrando y el chillido de frenos anuncian su llegada. En muchas de las cabezas que sobresalen entre los asientos se pueden ver sombreros de paja y flores que descansan sobre orejas. Las puertas se cierran y la voz monótona de una mujer suena por todo el vagón: “próxima parada, Hato Rey”.

Los pasajeros murmuran entre sí y se toman fotos, mientras el Tren Urbano recorre el gran paisaje de cemento sanjuanero hacia su destino. La misma voz monótona se escucha otra vez por el vagón anunciando la parada, y cuando las puertas se abren, una pequeña caravana de jibarería se baja, marchando con emoción al lugar por el que tanto han esperado: Villa Conejo.

Pequeños y coloridos quioscos ofrecen una diversidad de experiencias, todas alusivas al tema del momento, como pequeñas viñetas de puertorriqueñidad “express”, condensadas en una aldea. Aunque la tarde casi llega a su fin, el sol de verano azota a la piel sin piedad.

La escena está compuesta por un derroche de faldas, guayaberas, pavas y cualquier cosa imaginable que haga referencia a Puerto Rico y su cultura. Personas hacen larguísimas filas para saborear una piragua, para tomarse un trago en una taza de mantequilla, o, a pesar del calor infernal, para tomarse un café con queso de papa.

La fachada del Coliseo de Puerto Rico José Miguel Agrelot resplandece en el fondo como un gran castillo. Allí los espera el jíbaro mayor, como un mago de Oz criollo, listo para transportarlos a todos a una verdadera estampa viviente. Después de todo, Bad Bunny es un experto en hacer actos de magia, de esos que tocan directamente al corazón.

Pero, ¿qué es, exactamente, la puertorriqueñidad? ¿Realmente es algo tan superficial que se puede reducir a estereotipos que gritan “wepa”? ¿O hay algo más detrás de todo el furor?

Yesenia Mojica y Pedro Medina llegaron hasta el “Choli” desde el pueblo de Las Piedras. Ambos llegaron vestidos como manda el tema, con brillantes tonos de rojo y sombreros. A pesar de sentir un amor profundo por su patria, definir lo que constituye ser puertorriqueño les resulta difícil.

Se me hincha el corazón… ser boricua, para mí. No te sé ni contestar, es como un sentimiento”, opinó Yesenia.

“Para mí ser boricua es algo sumamente importante, pues somos una raza muy distinta a todos los demás; somos africanos, indios, latinos. Me enorgullece ser puertorriqueño porque a pesar de ser una isla tan pequeña, podemos hacer tantas grandes cosas, que muchos países grandes no pueden hacerlo. Por eso nos sentimos tan orgullosos de nuestro país”, replicó, por su parte, Pedro.

Aunque intentar embotellar el concepto de la puertorriqueñidad en un par de palabras es una tarea complicada, lo que a ambos sí les queda claro es que lo que sea que signifique, se lleva en la sangre, y están de acuerdo en que Benito Antonio Martínez Ocasio, chamaco de Almirante Sur en Vega Baja, ha ayudado a recordarle a muchos boricuas ese detalle.

Él ha levantado lo que eran las raíces de nosotros. Ya las habíamos olvidado por mucho tiempo. Después de lo que sucedió con [el huracán] María, nos unimos bastante, pero volvimos otra vez como a separarnos de los vecinos y todo. Y ahora, con esto de Bad Bunny, nos ha vuelto a unir a todos como pueblo”, enfatizó Pedro.

El sol de la tarde comienza a bajar su intensidad, mientras más y más personas van llegando a los predios del Coliseo. Miguel Hernández, natural de la Perla del Sur, camina hacia la pequeña aldea portando, como tantos otros, una gran pava. A él también se le quedan cortas las palabras para describir lo que significa ser de estas tierras.

Ser puertorriqueño es algo que se lleva en el corazón, no tiene descripción, como algo único”, dijo. Cuando se trae a su memoria el concepto del “Día de la puertorriqueñidad”, celebrado todos los días 19 de noviembre, se da cuenta de que nunca los valoró mucho mientras estuvo en la escuela.

Ahora es que uno empieza a darse cuenta, a tener esa conciencia”, señaló, al seguir su camino hacia el pueblito.

Una mujer de baja estatura y pelo corto también camina por la avenida Conejo. Lleva una falda larga y un “top” con la bandera de Puerto Rico. En su cuello cuelgan varias cadenas, entre ellas una con su nombre.

Ser boricua es todo. De verdad, yo no me quiero ir de aquí. Yo llevo aquí toda la vida y sigo luchando, trabajando aquí y esperando que mi hija pueda volver”, respondió Judy Cotto, originaria de Coamo, tan pronto escuchó la pregunta.

Yo creo que la manera de Bad Bunny proyectarse hace que nosotros nos sintamos más orgullosos de ser donde somos, porque él es bien abierto hablando de que él es boricua, de que le encantan sus raíces. Él siempre busca la manera de ponerle el sabor de nosotros a las cosas que hace. Este disco y este concierto son más que prueba de eso. No tiene miedo tampoco a tomar posturas. Lo mismo habla de política, que habla de los chinchorros, que habla de la música, del perreo, los boleros, etcétera”, explicó.

Definir lo que es la puertorriqueñidad es, definitivamente, un reto, pero quizás resulte más fácil definir lo que no es. El concepto trasciende los límites del razonamiento y, debido a su constante evolución, hoy, lo que significa ser de aquí, como el coquí, es algo que se siente y no tanto algo que se sabe. Por eso ser antipático no es ser puertorriqueño, como tampoco lo es ser egoísta.

Ver a una persona que necesita ayuda y no hacer nada no es puertorriqueño, porque la solidaridad tiene casa en su corazón. Huirle a lo difícil, virar la cara ante la injusticia, no es puertorriqueño, porque el boricua siempre vela por los suyos, porque ante la más vil tiranía y la más triste tragedia, siempre saca cara, siempre da la mano, siempre se levanta, siempre se levanta, siempre se levanta.

“¿Y qué le diría esos boricuas, como su hija, que están afuera y tienen ganas de volver?”, preguntamos.

Judy pausó por un momento, como batallando con la sombra del llanto.

“Que sigan trabajando y que aquí los esperamos”, dijó, para luego seguir su camino.

Aquí todos siguen su camino, suben y bajan, mientras esperan a que las puertas del castillo abran y puedan celebrar juntos, al ritmo de la música de Bad Bunny, la alegría inconmensurable que trae consigo el ser de este pequeño archipiélago del Caribe.

Y mientras el sol finalmente comienza a desaparecer sobre el horizonte de Villa Conejo, aquellas letras que Rafael Hernández alguna vez escribió como un lamento, renacen en el pensamiento como una promesa de esperanza.

“Sale loco de contento con su cargamento

para la ciudad, ay, para la cuidad.

Lleva en su pensamiento todo un mundo

lleno de felicidad, ay, de felicidad.

Piensa remediar la situación

del hogar, que es toda su ilusión, sí”.

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