

16 de mayo de 2019 - 12:27 PM
En la época de nuestros abuelos, incluso de nuestros padres, determinar qué eran y qué no eran cachos era una tarea más o menos sencilla. En términos generales, tener sexo fuera del matrimonio o mantener una relación paralela con otra persona que no fuera el cónyuge era signo inequívoco de infidelidad. Las reglas del juego estaban bien delimitadas: todo acercamiento sexual o afectivo extramatrimonial era engaño. El monopolio moralista que ejercía la Iglesia católica por aquel entonces zanjaba cualquier discusión al respecto.
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