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prima:La tragedia del barrio Mameyes, una herida que no cierra 40 años después

A cuatro décadas del deslizamiento de terreno que costó la vida a 132 personas en una comunidad ponceña, sobrevivientes y testigos recuerdan aquellos terribles días

5 de octubre de 2025 - 11:10 PM

Nota del editor
Primera de dos entregas sobre el 40 aniversario de la tragedia del barrio Mamayes.

Ponce - No había parado de llover en tres días y los estrechos caminos de la comunidad se estaban volviendo un babote blando y viscoso. Pero la mente de Rosa Elena Torres estaba en otro lugar: su niña de dos años llevaba todo el día con fiebre y, con los feroces aguaceros que venían cayendo sin parar desde el viernes como sonido de fondo, la mujer, entonces de 18 años y embarazada, la atendía aquella ominosa madrugada de lunes.

Torres y toda su familia vivían en Mameyes, una comunidad obrera que se había ido formando espontáneamente desde los primeros años del siglo XX en la falda de una colina en el barrio Cantera, en Ponce. Estaba casada, pero mantenía una estrecha relación con sus padres, cuya casa veía, a cierta distancia, desde la ventana de la suya.

Cada vez que se levantaba a atender a su bebé, abría un momento la puerta y miraba hacia la casa de sus padres, la cual veía a través del denso aguacero. “Yo cerraba la puerta y volvía donde la nena. Como dos veces, volví a abrir la puerta… a la tercera vez, ya no vi la casa de mi papá. Estaba el cielo gris con destello de fuego. Eso fue lo que yo vi”, cuenta Torres.

“Yo dije: ‘¿Por qué no veo la casa?’”, continúa la mujer, quien hoy tiene 58 años. “Cuando voy para la sala, que abro la ventana de la sala, veo a doña María (una vecina), en el balcón de su casa… y yo veo cuando bajó la montaña y desapareció la casa…”.

Torres, sin poder dar crédito a lo que veían sus ojos, atestiguó, en ese momento, la tragedia que más muertos causó en la historia de Puerto Rico en un solo instante durante todo el siglo XX: el derrumbe de la comunidad ponceña de Mameyes, ocurrido el 7 de octubre de 1985, que enterró aproximadamente la mitad de las 200 casas del barrio y le costó la vida a 132 personas.

Noventa cadáveres nunca fueron recuperados y continúan enterrados en el monte en el que se ubicaban las casas, donde ahora hay un monumento para recordar aquella espantosa tragedia que supuso la virtual desaparición de toda una comunidad.

“Baja la montaña y se desapareció la casa”: Rosa Elena Torres perdió a toda su familia en la tragedia de Mameyes

“Baja la montaña y se desapareció la casa”: Rosa Elena Torres perdió a toda su familia en la tragedia de Mameyes

A 40 años del deslizamiento qué mató 132 personas, testigos rememoran el suceso, que para Ponce y el país todavía es una herida que no sana.

El derrumbe de Mameyes ocurrió durante uno de los fines de semana más mortales en la historia de Puerto Rico. Una onda tropical trajo lluvias e inundaciones catastróficas que causaron cerca de 200 muertes en todo el archipiélago, incluidos los 132 de Mameyes y otras 29 personas -entre estos, cuatro policías que viajaban en una patrulla- que fallecieron cuando el río Coamo socavó los cimientos del puente sobre la autopista PR-52, en Santa Isabel, y cayeron al embravecido cuerpo de agua en los carros en que transitaban.

En el huracán María, en septiembre de 2017, los estimados de muertos llegaron a varios miles. Pero la mayoría se produjo en el transcurso de los meses siguientes al fenómeno, como consecuencia principalmente del apagón masivo.

El terremoto de Mayagüez, en 1918, causó poco más de 100 decesos, según reportes de la época. El 31 de diciembre de 1986, 97 personas murieron calcinadas durante un fuego intencional en el hotel Dupont Plaza, en San Juan. El 21 de noviembre de 1996, 33 fallecieron cuando una tubería de gas explotó en el Paseo de Diego, en Río Piedras.

La catástrofe de Mameyes, que en su momento fue el mayor deslizamiento en cualquier jurisdicción estadounidense, es la mayor tragedia humana ocurrida en un solo instante en Puerto Rico a lo largo del siglo XX y lo que va del XXI. Cuarenta años después, que se cumplen este martes, es una herida profunda que, entre los que lo vivieron, sigue sangrando profusamente.

Las labores de rescate en Mameyes duraron dos semanas, pero tuvieron que parar cuando el recio sol sureño selló el terreno e impidió continuar excavando en busca de cadáveres.
Las labores de rescate en Mameyes duraron dos semanas, pero tuvieron que parar cuando el recio sol sureño selló el terreno e impidió continuar excavando en busca de cadáveres. (El Nuevo Día)

“Yo realmente quedé anonadada. Era un espectáculo que yo jamás en mi vida me pasó por la mente ni pensé que iba a ver, esas casitas sepultadas por todo ese lodo y tierra. Es algo que nunca había ocurrido ni ha vuelto a ocurrir”, dijo la exgobernadora Sila María Calderón, quien era secretaria de la Gobernación en la administración de Rafael Hernández Colón y coordinó las primeras labores de rescate.

Un barrio de obreros

Mameyes creció a partir de la primeras dos décadas del siglo XX en terrenos donados por Valentín Tricoche, un acaudalado terrateniente de origen español que vivió en Ponce durante el siglo XIX. La comunidad la formaron obreros que llegaron del centro de la isla, sobre todo, de Adjuntas y Jayuya, y de barrios como Tibes, para trabajar en la construcción, la agricultura y en el muelle ponceño.

“Era una comunidad pobre, pero bien unida. La alegría de uno era la alegría de todos; la tristeza de uno era la tristeza de todos. Los vecinos se llamaban por la verja. Mi abuela Valdomera Rivera González hacía un asopao y le daba a la vecina, y la vecina le daba sancocho. Uno comía en cualquier casa”, dice el cronista deportivo Héctor Meléndez, quien se crio en Mameyes y escribe un libro sobre sus experiencias en la comunidad.

En el momento de la tragedia, se estima que vivían unas 2,000 personas en la comunidad. Eran construcciones informales y la comunidad tampoco tenía alcantarillado, lo cual, según un análisis que se hizo posterior a la desgracia, fue uno de los detonantes del deslizamiento. Por generaciones, ingenieros y planificadores han advertido del peligro de construcciones informales. Pero vecinos entrevistados dijeron que, antes de octubre de 1985, nadie les había advertido que estaban en peligro.

Fin de semana infernal

“Una onda tropical localizada a más de mil millas al este de Puerto Rico continúa moviéndose al Caribe Oriental y podría afectar las condiciones sobre el área local para el domingo en la noche”. Esta oración, en la página del tiempo de la edición del viernes, 4 de octubre de 1985, del desaparecido periódico El Mundo, fue, tal vez, la única señal de que algo podría complicarse ese fin de semana.

En Mameyes, la lluvia empezó a sentirse viernes por la noche.

Eduardo Rivera vivía entonces con su esposa y tres hijos, en una casa a medio construir que no los protegía del todo de los aguaceros. Pero, en principio, consideró que eran las lluvias regulares del trópico. Cuando el domingo no paraba de llover, comenzó a preocuparse. Cerca de las 3:30 de la madrugada del lunes, un enorme estruendo sacudió los cimientos de su casa y su calle. “La casa quedó iluminada por dentro”, recuerda.

Rivera no lo sabía, pero había escuchado el rugido profundo que, según múltiples testigos, produjo el monte en el momento en que comenzó a desmoronarse. Torres, en cambio, no recuerda haber escuchado el estruendo. Pero agrega: “Yo sí sentí que me cogieron la casa, que era de cemento, y me la jamaquearon lado a lado, y la mesa del comedor me pilló”.

Inmediatamente después del estruendo, Rivera oyó llantos y quejidos, pero pensó que era gente asustada por la lluvia o los truenos. Minutos después, un vecino golpeó con piedras una de sus ventanas para llamar su atención. “Ven, que Mameyes se cayó”, le dijo el vecino. Creyó que bromeaba hasta que un detalle que ni las tinieblas, ni la lluvia pudieron ocultar lo convenció de la seriedad de su vecino: el hombre estaba ahogado en llanto.

“Cuando me tiro para acá, veo todo esto hecho… (se conmueve, aguanta las emociones) se jodió la bicicleta... Uno ni sabe qué pasó ahí. Se me fue el mundo. Se nos fue el mundo”, recuerda Rivera.

Meléndez, quien ya no vivía en Mameyes cuando ocurrió la tragedia, pero fue de los primeros en llegar cuando se corrió la voz de lo ocurrido, dice que el barrio parecía “como cuando coges un bizcocho y lo viras al revés”.

El cronista no puede evitar el llanto cuando se le pide que describa lo que pensó al ver su barrio destruido como si le hubiera caído una bomba. “Dolor, dolor, impotencia…”, dice cuando, al fin, logra componerse. “Mis primos estaban golpeados. Uno de ellos logró salir por la ventana”, continúa Meléndez, quien perdió cerca de una decena de parientes en la catástrofe.

Las primeras horas fueron de caos, espanto y terror indescriptible, con incontables personas pidiendo ayuda desde abajo de los escombros, partes humanas visibles para los que intentaban ayudar y personas por los enlodados caminos llamando a gritos a sus seres queridos, con la esperanza de que hubieran sobrevivido.

“Yo no me corté, yo no me caí, yo no sé lo que pasó por este camino de ahí hasta aquí, ni sé cuánto me eché ni nada. Yo sé que yo llegué aquí buscando la familia mía, porque esto estaba irreconocible hasta que empezó a aclarar. Estaba pensando en mis tíos y en el tío de mi mamá. Pero ahí estaba espetado un primo hermano mío. Murió un primo hermano mío, Lázaro González, con la esposa y el nene”, recuerda Rivera.

La interminable madrugada

Torres, que dice que estaba atónita, fue rescatada en su casa por vecinos que le dijeron que la montaña se había caído, que el agua estaba subiendo y que debían evacuar el área. Para sacarla, hubo que halarla a ella, a la niña y su entonces esposo con una soga. Sin una sombrilla, ni una capa, ni nada, caminó bajo el intenso aguacero con su hija enferma y, junto a otros vecinos, hacia una escuela que servía de refugio, donde ya los vecinos habían empezado a organizar el rescate.

La mujer caminó bajo la lluvia llevando en su corazón tres cargas harto pesadas: primero, la preocupación por su niña enferma mojándose; segundo, por su embarazo de cuatro meses y, tercero, y más importante, no sabía nada del resto de su familia. Nadie tenía información, ni se podía pasar hacia el área donde estaba la casa. En la escuela, Torres vio cuando, todavía de madrugada, vecinos empezaron a traer cadáveres y colocarlos junto a la escuela cubiertos por sábanas blancas.

Aún no sabía de su familia, pero al ver en la escuela a una vecina de sus padres, se aferró a la esperanza. “Yo dije, si ella está viva, los míos tienen que estar vivos. Yo estaba aferrada a eso”, recuerda.

La esperanza duró poco. Unas horas después, cuando ya había amanecido y escampado, se formaron en el patio de la escuela varios grupos de personas que comentaban la desgracia y pedían o esperaban noticias de los suyos. “Yo me incorporo a uno de los grupos y le doy la espalda al otro grupo, y ahí yo escucho al que era compadre de mi papá, que le decían William ‘Bocachula’, diciendo: ‘La familia del compay Chucho toda murió’”, recuerda Torres.

Toda la familia de Rosa Elena Torres falleció en la tragedia de Mameyes. De izquierda a derecha, atrás, la madre, Blanca Esther Serrano, Rosa Elena Torres, su hermana mayor, Delma Ivelisse Torres, su padre, Manuel “Chucho” Torres y, al frente, de izquierda a derecha, sus hermanas menores Charito y Del Carmen Torres.
Toda la familia de Rosa Elena Torres falleció en la tragedia de Mameyes. De izquierda a derecha, atrás, la madre, Blanca Esther Serrano, Rosa Elena Torres, su hermana mayor, Delma Ivelisse Torres, su padre, Manuel “Chucho” Torres y, al frente, de izquierda a derecha, sus hermanas menores Charito y Del Carmen Torres. ( Suministrada)

El “compay Chucho” era Manuel Torres Rodríguez, de 45 años, el padre de Torres, quien perdió a toda su familia aquella lúgubre madrugada.

Murieron también su madre, Blanca Esther Serrano, igual de 45 años; su hermana mayor, Delma Ivelisse, de 19; sus hermanas menores Del Carmen, de 14, y Charito, de 9; su cuñado, el esposo de Delma, Toly Montalvo, de 25 años; y sus sobrinos Delnaliz, de 2 años, y Manuel Eliel, de un mes de nacido y quien fue el fallecido más joven en Mameyes.

Torres vivió atónita, sin poder creer lo que había ocurrido, y encerrada en sí misma por años. Primero, pensó que perdería su embarazo. El haberse mojado, más el inimaginable dolor de haber perdido a toda su familia en un momento, le hicieron temer que su embarazo no iba a llegar a buen término. El niño nació, en febrero de 1986, con problemas respiratorios, pero ha vivido una vida normal y saludable.

“Como una semana después, yo tuve que venir porque encontraron el taxi de mi papá y había que reconocerlo. Pero, a mí, no me dejaban porque yo estaba embarazada. Pero, cuando yo llegué allá a la parte de arriba de la carretera, que vi esto como había quedado, pues ahí empecé a llorar. La nena me decía: ‘Mami, ¿por qué tú lloras, si abuelito y abuelita están en el cielo?’. Yo lo que hacía era llorar, llorar. Siempre estaba callada. Ese dolor yo me lo guardé”, dice.

Unos días después, hubo un velorio masivo en el auditorio Juan “Pachín” Vicens, donde velaron a cerca de una veintena de los fallecidos y que produjo estremecedoras imágenes que sacudieron la conciencia del país. Hernández Colón, quien era un orgulloso ponceño, acudió muy conmovido al funeral, recordó Calderón.

“Aquello estaba lleno de gente llorando. Fue una tragedia descomunal. El gobernador fue, familia por familia, dándoles el pésame. En todo el tiempo mío de gobierno, esta fue de las experiencias más impresionantes que yo tuve”, cuenta Calderón.

Rescate incompleto

Las labores de rescate se extendieron por dos semanas, pero, en la medida en que el recio sol sureño sellaba la tierra, se hacía cada día más difícil excavar buscando cadáveres, y 90 muertos nunca fueron recuperados, incluidos todos los familiares de Torres. “Me tengo que conformar con tratar de recordar el último día que los vi”, dice la mujer.

El Cuerpo de Ingenieros del Ejército de Estados Unidos determinó que el derrumbe fue causado por la saturación de las tierras por las intensas lluvias, lo cual se agravó por la enorme cantidad de pozos sépticos que había en la zona, los cuales, según el análisis, contribuyeron a la socavación del terreno.

“La tormenta que ocurrió los días 6 y 7 de octubre fue probablemente solo el mecanismo detonante final. Las condiciones que llevaron al deslizamiento se habían estado desarrollando desde que se construyeron las casas en esta ladera”, dice el informe del Cuerpo de Ingenieros, que está disponible para examen en la Fundación Rafael Hernández Colón, en Ponce.

Hubo, como suele suceder en estos casos, reclamos de que se atendiera el viejísimo asunto de las construcciones irregulares, pero, como suele suceder también, los reclamos se disolvieron con el tiempo y ese tipo de estructura es todavía común en Puerto Rico.

Menos de dos años después de la tragedia, unas 220 familias, que eran la mayoría de los sobrevivientes, recibieron viviendas costeadas por el gobierno estadounidense en la comunidad que se conoció como Nuevo Mameyes, que, casualmente, ubica frente al cementerio en el que hay decenas de sus familiares y antiguos vecinos sepultados. “Con el tiempo, algunos murieron, se fueron, vendieron. Si quedamos 50 de los originales, somos muchos”, dice Israel Collazo, líder comunitario del Nuevo Mameyes.

Rivera dijo que la experiencia le hizo unirse más a su familia y a su comunidad, mientras que Meléndez sostiene que el libro que escribe es su manera de honrar a su desaparecida comunidad. “Quise hacer este libro de mis vivencias porque, a veces, los sitios se estigmatizan y se hablan ciertas cosas lejos de la realidad. En Mameyes, yo viví un barrio alegre, de gente buena, humilde, trabajadora”, recuerda.

Torres, que tanto perdió, no disimula la pena que tras cuatro largas décadas no la abandona: “Es el mismo dolor. No cambia nada. Se extrañan un montón. No cambia nada”.

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