“Mujeres y niños sobre ella subían y bajaban de caballos y coches; poetas y oradores, desde ella echaban como palomas al viento sus palabras, y, en ese rasgo de caballerosidad pétrea, de tantas pisadas humanas como latidos del pueblo, quedó impresa en la piedra la huella de una pisada mágicamente colectiva…”, escribía el fenecido poeta de Caguas, Jaime Marcano Montañez, en un homenaje a la poco conocida reliquia histórica: la Piedra de Polanco.
El monolito, estoicamente silencioso, yace en una de las esquinas de la Plaza Pública Santiago R. Palmer, en Caguas, como mirando atónito a los cientos de criollos que han transitado por el lugar a través de generaciones. Su presencia es parte integral de la historia de la ciudad.
Según explica el historiador Juan David Hernández en su artículo “La Piedra de Polanco”, publicado en 2013 en el periódico regional La Semana, existen varias microhistorias que rodean la piedra. Y aunque nadie sabe con certeza los orígenes de la pesada roca, se le ha dado diversidad de usos a lo largo de su más de un siglo de historia.

Protección del inmueble
“La piedra tiene sus orígenes en la necesidad de la familia Polanco Jiménez de que no se destruyera su propiedad inmueble por parte de las carretas que pasaban por la calle Comercio (hoy la calle Segundo Ruiz Belvis), esquina San Sebastián (hoy calle Corchado)”, indica Hernández en su escrito.
Según el recuento de un descendiente directo de don Jacinto Delgado Polanco recogido en el artículo, “las carretas de bueyes pasaban tan cerca de la casa que en muchas ocasiones dañaban la estructura. También, cuando llovía, se creaban hoyos en la carretera de tierra que enfangaban la estructura cuando pasaban y a los fines de detener el que se destruyera el inmueble y que se mantuviera enfangado, don Jacinto les ordenó a unos peones que buscaran una piedra para detener el deterioro de la casa y que la misma se mantuviera lo más limpia posible. Los peones trajeron la piedra y el deterioro logró detenerse”.
Escalón y lugar de reunión
Hernández argumenta en su artículo que la función de la piedra fue cambiando a medida que la ciudad fue creciendo y transformándose.
“Las primeras dos décadas del siglo XX fueron de bonanza económica para los agricultores y para los comerciantes de la ciudad. Esto trajo como consecuencia que fueran más las personas que tuvieran caballos y carretas. Las damas que tenían la facilidad de transportarse a caballo, utilizaban la piedra como escalón para montarlo”, sostiene el historiador.
“En torno a la piedra también se reunían las personas y se dialogaba sobre los problemas y temas del momento. Se convierte entonces en un lugar de reunión para varias generaciones”, añade.

Por su parte, el arqueólogo y exrector del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, Miguel Rodríguez López, concurre con el recuento de Hernández de que la piedra era utilizada como punto de encuentro.
“La gente decía (y mi mamá, que era de Juncos lo decía también) que cuando ellos iban a comprar al pueblo de Caguas, mi abuelo les decía que cuando acabaran él las recogía a tal hora en la Piedra de Polanco. Era como un punto de referencia y un punto de encuentro”, relató.
“Ahí se paraba, dice la leyenda urbana, el poeta cagüeño, José Gautier Benítez, a recitar poesía”, añadió.

No quedó entre los Polanco
La piedra cuenta con una larga trayectoria que trasciende generaciones. El recuento histórico indica que uno de los hijos de don Jacinto, el propietario original del inmueble situado en un lugar privilegiado a un costado de la Catedral Dulce Nombre de Jesús, estudió farmacéutica y, desde finales del siglo XIX, inauguró en la propiedad la Farmacia Polanco. Aunque la piedra continuaba frente al inmueble, la titularidad de la roca no quedó en manos de los Polanco.
Posteriormente, la familia vendió la propiedad a los Faura quienes, eventualmente, vendieron el inmueble a la familia Ramos, quienes establecieron una joyería en la segunda mitad del siglo XX, creándole a la roca una especie de nicho en rejas para proteger su integridad.
“Recuerdo que la primera vez que vi la piedra, fue en ese nicho de rejas que le habían hecho para protegerla”, aseguró el historiador de 74 años.

Finalmente, la familia Ramos donó a la administración municipal la piedra con el propóstio de preservarla para generaciones posteriores. Por años, esta estuvo escondida en un almacén del municipio.
En 2013, como parte de las actividades del bicentenario de la ciudad, se colocó el monolito, con una placa conmmemorativa, en la plaza, frente al local donde situaba originalmente y donde hoy día los visitantes pueden verla.
Piedra indígena
No obstante, para Rodríguez López, la historia de esta roca va mucho más allá de la intención de don Jacinto Polanco a finales del siglo XIX.
“Mucha gente decía que era una piedra indígena y yo estoy de acuerdo con eso. Originalmente encontré una referencia del arqueólogo estadounidense, Donald Lathrap, que estuvo investigando durante la década de los 1920 la zona del Turabo, que aseguraba que el recuento popular indicaba, para ese entonces, que había en la plaza una piedra que parecía indígena, que se había encontrado cerca del Río Grande de Loíza y la llevaron hasta el centro”, señaló el arqueólogo quien indicó además que todo el litoral de ese cuerpo de agua, en su trayecto por el Valle del Turabo, está repleto de yacimientos arqueológicos taínos.
“Lo decían básicamente por la hendidura que tiene en el medio, que no es natural. Yo creo que es una piedra de mortero taína”, añadió, aunque, el experto en cultura taína precolombina, reconoció que nunca ha tenido la oportunidad de revisarla de cerca e indagar sobre las marcas pequeñas en su superficie, que podrían tratarse de petroglifos.

Rodríguez López argumentó que en el Museo de Historia, Antropología y Arte de la Universidad de Puerto Rico (UPR) se exhiben piezas arqueológicas taínas que se asemejan mucho a la Piedra de Polanco.
“Hay morteros así de grandes en el museo de la UPR y tienen una hendidura en el medio, porque se usaban para machacar semillas, yuca, pero me parece, por la forma, que es posible que esta (la Piedra de Polanco) se utilizaba para cosas más duras, herramientas, quizás. El uso le creó esa concavidad en el medio, mientras que a los lados da la impresión que está pulida o cortada a propósito”, argumentó el experto.
El arqueólogo explicó además que la roca es tipo granito, sumamente fuerte y resistente, parecida a las llamadas “chinos de río”, pero de un tamaño mucho mayor.
“Tiene que haber sido una laja grande del río que se cayó y la pulieron artificialmente porque es redondeada y parece una dona”, dijo.