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A 44 años del atentado contra Juan Pablo II: cuatro disparos y una bala en la corona de la virgen de Fátima

El 13 de mayo de 1981, fue uno de los momentos más oscuros y estremecedores en la historia del Vaticano

13 de mayo de 2025 - 3:53 PM

El pontífice fue alcanzado por cuatro balas. (AFP)

El miércoles, 13 de mayo de 1981, era el aniversario de la virgen de Fátima, una fecha especial en el calendario católico. Desde temprano, peregrinos de todo el mundo, familias, ancianos y niños se congregaban en la plaza de San Pedro con un mismo deseo: ver al papa Juan Pablo II.

Desde su elección en 1978, el sumo pontífice tenía por costumbre celebrar las Audiencias Generales cada miércoles. Disfrutaba estar cerca de la gente: sonreía, saludaba, bendecía. Y aquel día no fue la excepción. Aunque habitualmente estas audiencias se realizaban por la mañana, ese miércoles comenzaron, de forma inusual, por la tarde. Lo que parecía una simple alteración en la rutina se transformó en el preludio de lo impensado.

Cuando el vehículo descapotable apareció con el pontífice a bordo, la multitud estalló de alegría y emoción. El papa avanzaba despacio, saludando a todos con la mano alzada. Los fieles se estiraban como podían, buscando apenas el roce de su mano o el privilegio de una mirada.

El papa Juan Pablo II hospitalizado luego del intento de asesinato.
El papa Juan Pablo II hospitalizado luego del intento de asesinato. (POOL)

A las 5:17 p.m., justo después de bendecir a una niña y devolverla a los brazos de sus padres, ocurrió lo impensado. Desde la cuarta o quinta fila, en medio del público, se alzó una mano. En ella, una pistola Browning calibre 9 milímetros apuntaba directo a la cabeza de la Iglesia.

¡Bang! ¡Bang! En cuestión de segundos, la sotana blanca se manchó de rojo. Se escucharon varios disparos. El júbilo se transformó en desesperación y el fervor en pánico. Lo que siguió fue uno de los momentos más oscuros y estremecedores en la historia del Vaticano.

El mundo en shock

Luego del ataque, todo ocurrió muy rápido. El papa comenzó a sentir una quemazón intensa y un dolor agudo en el abdomen que lo hizo tambalear. Ignoraba que había sido alcanzado por cuatro balas: dos se habían incrustado en su estómago, una en el brazo derecho y otra en la mano izquierda.

El “papamóvil”, con el papa herido, aceleró a toda velocidad, sin rumbo, para sacarlo del lugar. No hubo tiempo para escoltas ni protocolos. Pocos minutos después, una ambulancia trasladó a Juan Pablo II, en estado crítico, al Hospital Universitario Gemelli, el mayor centro médico de Roma y uno de los más prestigiosos de Europa. Los médicos ya estaban en guardia y lo esperaban con el quirófano listo o al menos, eso creían.

Una de las balas yace en la corona de la Virgen de Fátima, a quien Juan Pablo II le atribuyó su salvación.
Una de las balas yace en la corona de la Virgen de Fátima, a quien Juan Pablo II le atribuyó su salvación. (AFP)

El periodista Antonio Preziosi, en su libro Il papa doveva morire (“El Papa tenía que morir”), contó que al caer herido, el pontífice alcanzó a susurrarle a su secretario, el entonces sacerdote polaco Stanislaw Dziwisz (hoy cardenal): “Hicieron como con Bachelet”. Se refería a Vittorio Bachelet, vicepresidente del Consejo Superior de la Magistratura italiana, asesinado por las Brigadas Rojas en 1980. Esa frase fue un reconocimiento sombrío: el papa comprendía lo que acababa de ocurrir, que había sido víctima de un atentado político cuidadosamente planeado.

Durante el traslado, el periodista reveló que la tragedia casi se agrava. La ambulancia tomó un desvío equivocado y estuvo a punto de chocar. Un accidente en ese instante hubiera sido fatal. Al llegar por fin al Gemelli, los médicos enfrentaron otro obstáculo: el quirófano de emergencia estaba cerrado y nadie encontraba la llave. Sin perder tiempo, lo abrieron a golpes.

La operación duró más de seis horas. Tiempo después, el jefe del equipo médico, Francesco Crucitti, confesó su escepticismo: “La trayectoria de una de las balas fue extraña, como si hubiera zigzagueado dentro del cuerpo. Entró por el abdomen, perforó el colon y el intestino en cinco lugares, y salió por la pelvis. Pero no tocó ni la aorta ni los nervios principales”.

Si la bala hubiese rozado la aorta, el papa hubiera muerto en cuestión de segundos. O si hubiera dañado la columna, hubiera quedado paralizado para siempre. Pero, contra todo pronóstico, el papa sobrevivió. Y para millones de fieles, lo que ocurrió esa tarde no fue solo una hazaña médica, sino una señal divina. El papa había sido herido por las balas, pero -como él mismo diría luego- lo sostuvo “una mano invisible las guío”.

Los atacantes

Nadie sospechó que aquel día, entre la multitud, se ocultaban dos hombres que no estaban allí por fe ni devoción, sino con un propósito letal: matar al Papa. Sus nombres eran Mehmet Alí Agca y Oral Celik, dos militantes extremistas turcos.

Ambos formaban parte de los Lobos Grises, un grupo ultranacionalista de extrema derecha conocido por su violencia política en Turquía. Mehmet Alí Agca tenía un historial oscuro: en 1979 había asesinado al periodista Abdi İpekçi y tras ser arrestado, escapó de prisión con ayuda de sus cómplices.

Desde entonces, se movía entre países con identidades falsas, protegido por redes clandestinas. Oral Celik, su cómplice, también estaba vinculado al extremismo y había recibido entrenamiento paramilitar. Según las investigaciones posteriores, su rol en el atentado era apoyar a Agca: debía generar una distracción detonando explosivos y abrir fuego para facilitar la fuga. Pero el plan no salió como esperaban. Preso del miedo, Celik huyó antes de actuar, dejando solo a Agca en el momento decisivo.

Varias de las personas, que vieron el disparo, reaccionaron de inmediato: lo rodearon y lograron reducirlo. Su intento desesperado de fuga fue inútil.

En medio del forcejeo apareció Camillo Cibin, jefe de seguridad del Papa, quien saltó la valla, lo detuvo y le quitó el arma. Luego, al revisar los bolsillos de Agca, encontró una nota arrugada que revelaba la motivación detrás del atentado. “Yo, Agca, maté al Papa para que el mundo sepa que hay miles de víctimas del imperialismo”, decía el mensaje escrito con convicción fanática.

Mientras el Sumo Pontífice luchaba por su vida en el quirófano, las imágenes del atentado —captadas por una cámara entre la multitud— se repetían una y otra vez en los noticieros de todo el mundo.

El perdón

Juan Pablo II pasó semanas recuperándose. Dos meses después del atentado comenzó el juicio contra Agca quien confesó el ataque, pero cambió su versión en múltiples ocasiones. El proceso judicial fue breve y muy mediático. Y, a pesar de las expectativas, no reveló a los autores intelectuales. En un primer momento aseguró que actuaba en nombre de un grupo terrorista, luego afirmó que había actuado solo, y más tarde volvió a hablar de una conspiración internacional.

Foto de 1981 cuando el Papa Juan Pablo II visitó a su posible asesino, Mehmet Ali Agca, mientras éste cumplía prisión por intentar asesinarlo. (Archivo / AP)
Foto de 1981 cuando el Papa Juan Pablo II visitó a Mehmet Ali Agca, mientras éste cumplía prisión por intentar asesinarlo. (Archivo / AP)

A pesar de las grandes expectativas puestas en el proceso, no se logró identificar a los autores intelectuales del atentado. ¿Quién lo había enviado?, ¿quién lo financió y por qué? fueron algunas de las preguntas que quedaron sin respuesta. Con el tiempo, se barajaron muchas teorías que incluían la participación de la KGB, los servicios secretos búlgaros y hasta la mafia turca, aunque ninguna pudo ser comprobada de forma fehaciente. El caso sigue siendo, en parte, un misterio.

El 22 de julio de 1981, solo dos días después del inicio del juicio, Agca fue condenado a cadena perpetua.

En 1983, dos años después del atentado, el papa conmocionó al mundo al visitar a su agresor en prisión. Durante ese encuentro, lo perdonó públicamente, y su gesto de compasión recorrió el planeta. La imagen de ambos sentados frente a frente, hablando, y luego tomados de la mano se volvió un símbolo universal de paz y misericordia. “Le hablé como a un hermano”, diría después el Santo Padre.

Agca cumplió su condena en la prisión de Rebibbia, en las afueras de Roma, una cárcel de máxima seguridad donde permaneció casi dos décadas antes de ser indultado y extraditado a Turquía para cumplir otras condenas pendientes, entre ellas por asesinato y robo.

Finalmente, fue liberado en 2010. Desde entonces, vive en Estambul, donde lleva una vida relativamente discreta, aunque de vez en cuando aparece en alguna entrevista en los medios. En 2013, publicó sus memorias bajo el título Me prometieron el paraíso. Mi vida y la verdad sobre el atentado al Papa, en las que presenta su propia versión de los hechos.

En ese libro, señala al ayatolá Jomeini, líder de la Revolución Islámica de Irán, como presunto instigador del atentado contra Juan Pablo II. Sin embargo, esa afirmación fue rechazada por el Vaticano, que la consideró infundada y carente de respaldo en las investigaciones oficiales.

La virgen de Fátima y el milagro

El atentado de 1981 no solo dejó una marca en la historia, sino que reavivó la devoción que el papa sentía por la Virgen de Fátima. Para él, no fue casualidad que el atentado ocurriera un 13 de mayo, el mismo día que, en 1917, la Virgen había aparecido a tres pastorcitos (Jacinta, Francisco y Lucía) en los campos de Fátima, Portugal.

El papa estaba seguro de que esa coincidencia tenía un significado providencial. Para Juan Pablo II fue la Virgen quien desvió las balas aquel día. “Una mano disparó, pero otra mano guio la trayectoria de la bala”, dijo más tarde.

En señal de gratitud, Juan Pablo II ofreció una de las balas extraídas de su cuerpo al Santuario de Fátima. La bala fue colocada por artesanos en la corona de la estatua de la Virgen y allí permanece hasta el día de hoy, como testimonio de fe y devoción.

Un año después, un segundo atentado

Un año después del atentado, el 12 de mayo de 1982, Juan Pablo II (hoy San Juan Pablo II) viajó a Portugal para visitar el santuario de la Virgen de Fátima. Fue un viaje cargado de simbolismo: el papa quería agradecer a la Virgen por haberlo protegido en el atentado que casi le cuesta la vida, ocurrido exactamente un año antes, el 13 de mayo.

Sin embargo, lo que iba a ser una visita de gratitud se vio empañado por un nuevo episodio de violencia. Mientras el Pontífice oraba en el santuario, un sacerdote español ultraconservador, Juan Fernández Krohn, intentó atacarlo con una bayoneta de 37 centímetros.

El atacante gritaba que el Papa era un “traidor” que debía ser detenido. ¿El motivo? Krohn pertenecía a un grupo ultratradicionalista que se oponía ferozmente a las reformas del Concilio Vaticano II y consideraba que Juan Pablo II había traicionado a la Iglesia Católica acercándose demasiado al comunismo.

Gracias a la rápida intervención de la seguridad, el ataque fue frustrado y el Papa resultó ileso. Krohn fue detenido en el acto, juzgado en Portugal y condenado a seis años de prisión, aunque cumplió solo una parte de la pena.

 Posteriormente fue deportado a España, donde volvió a tener problemas con la Justicia, incluyendo amenazas a figuras políticas.

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