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Hay un mito que refuerzan y perpetúan juntas la crianza, la escuela y la iglesia: el de la subordinación de la mujer. Se sobrentiende, desde luego, la supremacía masculina. Como en aquel cuento de la raza aria que justificaba el proyecto genocida de Hitler, el convencimiento culturalmente transmitido del dominio natural de una variante humana sobre otra desemboca en sangre y sufrimiento.
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