Mayra Montero
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¡Hay que casarse!

Hace algunos años, estando en Berlín, e interesada por visitar el Cementerio de los Suicidas, al oeste de la ciudad, para llegar al cual había que coger guaguas y trenes y hacer transbordos complicados, solicité la ayuda de un guía que resultó ser cubano. Por el camino me contó que había llegado a Berlín en calidad de estudiante, junto con otros jóvenes becados por la República Democrática Alemana. Allí los sorprendió la caída del muro y desde La Habana les ordenaron que regresaran inmediatamente. Carecían de permisos laborales y se reunieron para ver si se les ocurría una solución que les permitiera quedarse en Alemania. En determinado momento se unió al grupo otro cubano que les aseguró que él no tenía que irse. Le preguntaron por qué, y la respuesta fue que como se había casado con una alemana, podía acogerse a la ciudadanía de su esposa y buscar trabajo. Me cuenta el guía que en ese momento todos aquellos estudiantes se miraron y dijeron al unísono: “¡Señores, hay que casarse!”. Eran fuertes y jóvenes, y no les fue difícil conseguir esposa.

La única gran ventaja de que este asunto haya salido a la luz, es que pone en perspectiva lo fastidiadas que siguen estando las mujeres, porque la gran mayoría de las víctimas de estos agujeros en el Código Civil, son ellas, escribe Mayra Montero. En la foto, Noah Assad.
La única gran ventaja de que este asunto haya salido a la luz, es que pone en perspectiva lo fastidiadas que siguen estando las mujeres, porque la gran mayoría de las víctimas de estos agujeros en el Código Civil, son ellas, escribe Mayra Montero. En la foto, Noah Assad. (Juan Luis Martínez Pérez)

Ahora, en Puerto Rico, he evocado esa historia porque aquí también hay que casarse.

Lo que ha salido a relucir en los artículos de prensa y en los comentarios de los entendidos respecto a las disposiciones del nuevo Código Civil con respecto a las parejas de hecho, mejor conocidas como concubinatos, me han dejado perpleja. Yo hasta ahora pensaba que a una persona le bastaba convivir muchos años con otra, criar a los hijos, si los tenían, y llevar una vida plenamente identificada como pareja, para que le reconocieran los derechos a la mitad de los bienes que levantaron juntos. Parece que estaba equivocada.

Noah Assad, manejador de Bad Bunny, es demandado por su expareja

Lo digo por el caso del empresario Noah Assad, que trae a colación muchas opiniones legales, pero que en esencia también me hace evocar esa canción de Silvio Rodríguez que habla de la rabia: “La rabia es mío, eso es mío, solo mío”. Presuntamente, Assad acumuló en los años de concubinato un caudal de unos mil millones de dólares, que ahora no querría compartir con su expareja.

Si es cierto que la pareja dispone de esa suma fabulosa —sin que otros hayan aportado a la misma, por las razones que sea, para que Assad se las guarde—, me parece que se debió evitar a toda costa que la mujer radicara la demanda y estallara el escándalo. La única gran ventaja de que este asunto haya salido a la luz, es que pone en perspectiva lo fastidiadas que siguen estando las mujeres, porque la gran mayoría de las víctimas de estos agujeros en el Código Civil, son ellas.

Parece mentira que en pleno siglo XXI, haya que preguntarse si una mujer que estuvo cierto número de años conviviendo con un varón que al final no quiere darle de su maíz ni un grano, solo tendrá derecho a la pensión de las niñas que procrearon juntos.

En el Capitolio llueven los proyectos de ley y los discursos inflamados para unas cosas, y resulta que a nadie se le ha ocurrido legislar para regular esta situación. Porque, para poner el ejemplo más sencillo, en lo que la mujer estuvo nueve meses cargando una barriga, fue a recibir cuidados médicos y a parir al hospital —aparte de darle el pecho y atención constante en los primeros meses al recién nacido—, se vio impedida de realizar una actividad laboral normal. Mientras el macho, como no tiene náuseas, ni mucho menos tiene que amamantar a la criatura, puede continuar haciendo dinero.

En el caso de la señora de Assad, es una mujer joven. Imagínense la cantidad de mujeres de más edad, que actualmente viven en concubinato, no han tenido hijos, y creen tener derecho a unas propiedades y otros bienes, por la sencilla razón de haber compartido en la alegría y en la tristeza, en la salud y en la enfermedad. ¿En cuántas parejas de hecho una mujer ha tenido que atender los achaques del marido, o hacer las gestiones normales del hogar, buscando quien le repare esto o lo otro, tiempo que, como no tiene que invertir el hombre, le permite consagrarse a levantar su fortuna?

Ahora es que muchas se enteran de que existe una cosa que se llama “relación afectiva análoga a la conyugal”, que es una figura llena de vericuetos e interpretaciones, por la cual cae sobre la mujer el peso de demostrar que colaboró con ideas, trámites, opiniones y abnegado apoyo, más muchas otras cosas, pero si no firma el papel, o el sujeto suspende la boda unos días antes, se queda en el aire.

El mundo del reguetón es un mundo eminentemente machista, pero no por las letras de los temas, eso sinceramente no debería importarnos mucho —bueno, tan es así, que no les importa a las feministas— sino porque las mujeres, en general, intervienen solo como “exponentes”, y tal parece que cuando intentan escalar posiciones importantes dentro del manejo de la industria, encuentran un muro de testosterona que no las reconoce.

Este caso de los agujeros en las parejas de hecho ha pasado sin pena ni gloria porque basta con que el pupilo principal de Assad, que es Bad Bunny, haya dicho “LUMA pal carajo” y que “Nadie lo calla”, para que todo el mundo quede embelesado. A quien han querido callar es a una mujer. Y con ella a todas las demás, menos privilegiadas que la señora de Assad, que hoy se enteran de que si no han oficializado la unión, están fritas.

LEE MÁS:

Demanda contra Noah Assad: el impacto económico del derecho a no casarse, por Iris M. Camacho Meléndez

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