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Prolifera en tiempos difíciles un discurso que estigmatiza la crítica porque “dice sin proponer”, en perfecta sintonía con el evangelio neoliberal que sólo tiene oídos para lo que muestre valor instrumental y utilidad instantánea. Criticar, sin respuesta o solución inmediata, es visto como pérdida de tiempo, masturbación mental (infértil, inútil) o peor aún, afrenta contra el bien común, empecinado en tirar pa’lante sin reconocer la magnitud del laberinto.
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