

La derrota amarga frente a México, bendecido por el arbitraje, fue una muestra dulce y placentera de coraje y gallardía de un equipo que en las últimas semanas ha parecido más un hospital ambulatorio por lastimaduras y lesiones por doquier y que, aun en el fracaso, jamás ha puesto muletas a su infortunio, el que podríamos dramatizar con el apelativo del Maleficio de Moctezuma, ya que en vez de diarreas y vómitos, que ataca a los viajeros en este país sabroso de orgullo y dignidad, ha molido sus cuerpos en gran parte de agosto y la primera semana de septiembre, pero no sus almas jíbaras callosas.
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