

Ante la ausencia de gobierno efectivo (ya se sabe que desde enero padecemos uno elegido y nominal), últimamente me he dado por reflexionar sobre la centenaria tradición puertorriqueña de gobiernos in nomine patris, entendiendo por esto que se gobierna en nombre de la metrópoli que domina, los inversionistas que financiaron, los correligionarios que hicieron chijí-chijá, basándose en promesas hechas y esperanzas futuras, o, simple y llanamente, en el vacío conceptual y administrativo de unas mentes que consideran que son el regalo de Dios a la tierra de Borinquen.
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